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Imperio Español - Wikipedia, la enciclopedia libre

Imperio Español

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Artículo destacado
Cruz de Borgoña, emblema de los Tercios y Bandera del Imperio Español hasta su sustitución por la rojigualda (1785).
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Cruz de Borgoña, emblema de los Tercios y Bandera del Imperio Español hasta su sustitución por la rojigualda (1785).

Se denomina Imperio Español al conjunto de territorios conquistados, heredados y reclamados por España o por las dinastías reinantes en España; aunque en algunos de ellos tales como las grandes praderas de América del Norte o la parte más austral de América del Sur, la presencia estable española fue muchas veces más teórica que real. Alcanzó casi los 20 millones de kilómetros cuadrados a finales del siglo XVIII. No fue exactamente un imperio colonial, más bien creó una estructura propia (algo así como una mera prolongación del territorio, estructura ésta explicada a continuación), durante los siglos XVI y XVII. Es en el siglo XIX cuando adquiere estructura puramente colonial.

No existe una postura unánime entre los historiadores sobre los territorios concretos poseídos por España porque, en ocasiones, resulta difícil delimitar si determinado lugar era parte de España o formaba parte de las posesiones del rey de España.

Especialmente en una época en la que no estaba clara la diferencia entre las posesiones del rey y las del país donde residía, como tampoco lo estaba la hacienda o la herencia. Así, tradicionalmente se considera a los Países Bajos como parte del mismo (tesis mayoritaria en España y los Países Bajos entre otros); pero existen autores como Henry Kamen que proclaman que esos territorios nunca se integraron en el Imperio Español, sino en las posesiones personales de los Austrias[1].

El español fue el primer imperio global, porque por primera vez un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes, los cuales, a diferencia de lo que ocurría en el Imperio Romano o en el Carolingio, no se comunicaban por tierra los unos con los otros.

Tabla de contenidos

[editar] Consideraciones generales

Mapa anacrónico mostrando áreas que pertenecían al Imperio Español en algún momento durante un periodo de 400 años. Para más detalle, véase el mapa.     El Imperio español en su cúspide territorial alrededor de 1790     Regiones de influencia (exploradas y/o reclamadas pero nunca controladas) o colonias en disputa o de corto control     Posesiones del Imperio Portugués gobernadas por España entre 1580-1640 por anexión dinástica      Territorios perdidos en o después de 1717 por la Paz de Utrecht     Marruecos y Sahara Occidental 1884-1975.
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Mapa anacrónico mostrando áreas que pertenecían al Imperio Español en algún momento durante un periodo de 400 años. Para más detalle, véase el mapa.

    El Imperio español en su cúspide territorial alrededor de 1790

    Regiones de influencia (exploradas y/o reclamadas pero nunca controladas) o colonias en disputa o de corto control

    Posesiones del Imperio Portugués gobernadas por España entre 1580-1640 por anexión dinástica

    Territorios perdidos en o después de 1717 por la Paz de Utrecht

    Marruecos y Sahara Occidental 1884-1975.

Durante los siglos XVI y XVII, España llegó a ser la primera potencia mundial, en competencia directa fundamentalmente con Portugal.

Castilla, además de Portugal, estaba en la vanguardia de la exploración europea y de la apertura de rutas de comercio a través de los océanos (en el Atlántico entre España y las Indias, y en el Pacífico entre Asia Oriental y México, vía Filipinas).

Los conquistadores descubrieron y dominaron vastos territorios pertenecientes a diferentes culturas en América y otros territorios de Asia, África y Oceanía. España, especialmente el reino de Castilla, se expandió, colonizando esos territorios y construyendo con ello el mayor imperio económico del mundo de entonces.

Entre la incorporación del Imperio Portugués en 1580 (perdido en 1640) y la pérdida de las colonias americanas en el siglo XIX, fue el imperio más grande por territorio, a pesar de haber sufrido bancarrotas y derrotas militares a partir de la segunda mitad del siglo XVII.

España dominaba los océanos gracias a su experimentada Armada, sus soldados eran los mejor entrenados y su infantería la más temida. El Imperio Español tuvo su Edad de Oro en el siglo XVII.

Este vasto y disperso imperio estuvo en constante disputa con potencias rivales por causas territoriales, comerciales o religiosas. En el Mediterráneo con el Imperio Otomano; en Europa, con Francia, que tenía un poder semejante; en América, inicialmente con Portugal y más tarde con Inglaterra, y una vez que los holandeses lograron su independencia, se convirtieron también en contendientes.

La Corona de Aragón en su máximo esplendor.
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La Corona de Aragón en su máximo esplendor.

Las luchas constantes con otras potencias emergentes de Europa, a menudo simultáneamente, durante largos períodos y basadas tanto en diferencias religiosas como políticas, con la pérdida paulatina de territorios, difícilmente defendibles por su dispersión, contribuyeron al lento declive del poder español.

Este declive culminó, en lo que respecta al dominio sobre territorios europeos, con la Paz de Utrecht (1713): España renunciaba a sus territorios en Italia y en los Países Bajos, perdía la hegemonía de su poder y se convertía en una nación de segundo orden en la política europea.

Sin embargo, España mantuvo su extenso imperio de ultramar hasta que sucesivas revoluciones le desposeyeron de sus territorios en el continente americano a principios del siglo XIX.

No obstante, los españoles todavía mantuvieron importantes fracciones de su imperio en América (Cuba y Puerto Rico), Asia (Filipinas) y Oceanía (Guam, Micronesia, Palau, Marianas del Norte) hasta la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, y en África (Guinea Ecuatorial, Norte de Marruecos y Sáhara Occidental) hasta 1975.

[editar] Los inicios del Imperio

Artículo principal: Reyes Católicos

El matrimonio de los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) unió las dos Coronas cuando, tras ganar a Juana «la Beltraneja» en la Guerra Civil Castellana, Isabel ascendió al trono. Sin embargo cada reino mantuvo su propia administración bajo la misma monarquía. La formación de un estado unificado solo se materializó tras siglos de unión bajo los mismos gobernantes. Como Henry Kamen comentaría después, España fue creada por el Imperio, y no el Imperio por España. Los nuevos reyes introdujeron el estado moderno absolutista en sus dominios, que pronto buscaron ampliar.

Castilla había intervenido en el Atlántico, en lo que fue el comienzo de su imperio extrapeninsular, compitiendo con Portugal por el control del mismo, cuando Enrique III de Castilla comenzó la colonización de las Islas Canarias en 1402 al enviar al explorador francés Jean de Béthencourt. Mientras, exploradores portugueses como Gonçalo Velho Cabral habían colonizado las Azores, Cabo Verde y Madeira. El Tratado de Alcaçovas de 1479, que supuso la paz en la guerra civil castellana, separó las zonas de influencia de cada país en África y el Atlántico, concediendo a Portugal lo situado por debajo del Cabo Bojador y a Castilla la soberanía sobre las Islas Canarias. El Reino de Fez también fue repartido entre ambos países. En 1481, la bula papal Aeterni Regis garantizó toda la costa africana al sur de las Islas Canarias para Portugal.

Rendición de Granada a los Reyes Católicos (1492).
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Rendición de Granada a los Reyes Católicos (1492).

Como continuación a la Reconquista castellana, los reyes católicos conquistaron en 1492 el reino taifa de Granada, último reino musulmán de Al-Andalus, que había sobrevivido por el pago de tributos en oro a Castilla, y su política de alianzas con Aragón y el norte de África.

La política expansionista de los Reyes Católicos también se manifestó en África: Con el objetivo de acabar con la piratería que amenazaba las costas andaluzas y las comunicaciones mercantes catalanas y valencianas, se realizaron campañas en el norte de África: Melilla fue tomada en 1497, Villa Cisneros en 1502, Mazalquivir en 1505, el Peñón de Vélez de la Gomera en 1508, Orán en 1509, Argel y Bugía en 1510 y Trípoli en 1511. La idea de Isabel I, manifiesta en su testamento, era que la reconquista habría de seguir por el norte de África, lo que los romanos llamaron Nova Hispania. El descubrimiento de América cambió completamente el curso de la historia prevista por Isabel I.

Los Reyes Católicos también heredaron la política mediterránea de la Corona de Aragón, y apoyaron a la Casa de Nápoles aragonesa contra Carlos VIII de Francia y, tras su extinción, reclamaron la reintegración de Nápoles a la Corona. Como gobernante de Aragón, Fernando II se había involucrado en la disputa con Francia y Venecia por el control de la Península Itálica. Estos conflictos se convirtieron en el eje central de su política exterior. En estas batallas, Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán) crearía los Tercios, como organización básica del ejército, lo que significó una revolución militar que llevaría a los españoles a sus mejores momentos.

Sin embargo, la expansión atlántica sería la que daría los mayores éxitos. Para alcanzar las riquezas de Oriente, cuyas rutas comerciales bloqueaban los Otomanos, portugueses y españoles compitieron por hallar una nueva ruta que no fuera la tradicional a través de Oriente Próximo. Los portugueses, que habían terminado mucho antes que los españoles su Reconquista, empezaron entonces sus expediciones con el objetivo de circunnavegar África, lo que les daría el control de islas y costas del continente, poniendo el germen del Imperio Portugués. Más tarde, precisamente cuando Castilla terminó su reconquista, los Reyes Católicos, apoyaron a Cristóbal Colón quien, creyendo que la circunferencia de la Tierra era menor que la real, quiso alcanzar Cipango (Japón, China, las Indias, el Oriente) navegando hacia el Oeste. Para suerte de Colón, a medio camino estaba el continente americano y, sin saberlo, «descubrió» América, iniciando la colonización española del continente.

Cristóbal Colón tomando posesión de la Española.
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Cristóbal Colón tomando posesión de la Española.

Las nuevas tierras descubiertas fueron reclamadas por los Reyes Católicos, con la oposición de Portugal. Finalmente el Papa Alejandro VI medió, llegándose al Tratado de Tordesillas, que dividía las zonas de influencia española y portuguesa a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde (el meridiano situado a 46º 37’) longitud oeste, siendo la zona occidental la correspondiente a España y la oriental a Portugal. Así, España se convertía teóricamente en dueña de la mayor parte del continente con la excepción de una pequeña parte, la oriental —lo que hoy día es el extremo de Brasil—, que correspondía a Portugal. En adelante, esta cesión papal, junto a la responsabilidad evangelizadora sobre los territorios descubiertos, fueron usadas por los Reyes Católicos como legitimación en su expansión colonial.

Después de la muerte de la Reina Isabel, Fernando, como único monarca, adoptó una política más agresiva que la que tuvo como marido de Isabel, utilizando las riquezas castellanas para expandir la zona de influencia aragonesa en Italia y contra Francia. El trono castellano lo asumió su hija Juana I «la Loca», declarada incapaz de reinar, manteniendo su padre la regencia (aunque en todos los documentos oficiales aparecían Doña Juana y Don Fernando como reyes, era Fernando quien detentaba el poder).

La primera prueba de la fuerza española del rey Fernando fue en la guerra de la Liga de Cambrai contra Venecia, donde los soldados españoles se distinguieron junto a sus aliados franceses en la Batalla de Agnadello (1509). Sólo un año más tarde, Fernando se convertía en parte de la Liga Católica contra Francia, viendo una oportunidad de tomar Milán —plaza por la cual mantenía una disputa dinástica— y Navarra. Esta guerra no fue un éxito como la anterior contra Venecia y, en 1516, Francia aceptó una tregua que dejaba Milán bajo su control y cedía al monarca hispánico la Alta Navarra (al sur de los Pirineos).

Con el objetivo de aislar a Francia, se adoptó una política matrimonial que llevó al casamiento de las hijas de los Reyes Católicos con las dinastías reinantes en Inglaterra, Borgoña y Austria. La falta de hijos varones hizo que Carlos de Austria, heredero de Austria y Borgoña, fuera también el heredero de los tronos españoles.

La colonización de América continuó mientras tanto. Además de la toma de La Española, que se culminó a principios del siglo XVI, los colonos empezaron a buscar nuevos asentamientos. La convicción de que había grandes territorios por colonizar en las nuevas tierras descubiertas produjo el afán por buscar nuevas conquistas. Desde allí, Ponce de León conquistó Puerto Rico y Diego Velázquez, Cuba. Alonso de Ojeda recorrió la costa venezolana y centroamericana. Diego de Nicuesa ocupó lo que hoy día es Nicaragua y Costa Rica, mientras Vasco Núñez de Balboa colonizaba Panamá y llegaba al Mar del Sur (Océano Pacífico).

Años después, bajo Felipe II, este «Imperio Castellano» se convirtió en una nueva fuente de riqueza para los reinos españoles y de su poder en Europa, pero también contribuyó a elevar la inflación, lo que perjudicó a la industria peninsular. En lugar de afianzar la economía española, la riqueza del Imperio hizo que España comenzase a depender de las materias primas y manufacturas de países más pobres, con mano de obra más barata, lo cual facilitó la revolución económica y social en Francia, Inglaterra y otras partes de Europa. Los problemas causados por la inflación fueron discutidos por la Escuela de Salamanca, lo que creó un nuevo modo de entender la economía que los demás países europeos tardaron mucho en comprender.

Además, debido a la expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos, España apenas disponía de administración bancaria, ya que esta estaba en su mayor parte en manos judías. De este modo, el oro español que llegaba a Cádiz era derivado a los bancos de Ámsterdam, por aquellos tiempos, parte de la Corona Española. Debido a esto, no se procuró en España la creación de bancos, así que, al liberarse Flandes, este oro siguió llegando a los Países Bajos, enriqueciendo a sus comerciantes. Una política bancaria y comercial bastante nefasta hizo que el enriquecimiento que pudo tener la Corona fuera mucho menor que el que obtuvieron países con intereses coloniales similares, como Inglaterra y posteriormente Holanda.

[editar] El Siglo de Oro (1521–1643)

Artículo principal: Siglo de Oro

El periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII es conocido como el Siglo de Oro por el florecimiento de las artes y las ciencias que se produjo.

Durante el siglo XVI España llegó a tener una auténtica fortuna de oro y plata extraídos de «Las Indias». Se decía durante el reinado de Felipe II que «el Sol no se ponía en el Imperio», ya que estaba lo suficientemente disperso como para tener siempre alguna zona con luz solar. Este imperio, imposible de manejar, no fue controlado desde Madrid, sino desde Sevilla.

Retrato de Carlos I por Tiziano.
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Retrato de Carlos I por Tiziano.

Como consecuencia del matrimonio político de los Reyes Católicos y de los casamientos estratégicos de sus hijos, su nieto, Carlos I heredó la Corona de Castilla en la península Ibérica y un incipiente Imperio Castellano en América (herencia de su abuela Isabel); las posesiones de la Corona de Aragón en el Mediterráneo italiano e ibérico (de su abuelo Fernando); las tierras de los Habsburgo en Austria, Bohemia, Silesia, Hungría y otros territorios centroeuropeos junto a la corona del Sacro Imperio Romano Germánico y el título de Emperador con el nombre de Carlos V de Alemania (heredado de su abuelo Maximiliano de Austria); además de los Países Bajos y el Franco Condado, herencia de su abuela María de Borgoña). Este imperio estaba compuesto por territorios heredados y no conquistados.

La dinastía Habsburgo gastaba las riquezas castellanas y, a partir de Felipe II, las americanas, en guerras en toda Europa que obedecían a intereses dinásticos. Todo ello produjo el impago frecuente de deudas y dejó a España en bancarrota. Los objetivos políticos de la Corona eran varios:

  • El acceso a los productos americanos (oro, plata) y asiáticos (porcelana, especias, seda).
  • Minar el poder de Francia y detenerla en sus fronteras orientales.
  • Mantener la hegemonía católica de los Habsburgo en Alemania, defendiendo el catolicismo contra la Reforma Protestante.
  • Defender a Europa contra el Islam, sobre todo oponiéndose al Imperio Otomano.

Carlos I decidió apoyar la mayor parte de las cargas de su imperio en el más rico de sus reinos, el de Castilla, lo cual no gustó a los castellanos, que no deseaban contribuir con oro, plata o caballos a guerras europeas que sentían ajenas y comenzaron una sublevación que aún se celebra cada año. Tras derrotar a los sublevados en la Guerra de las Comunidades de Castilla, Carlos I era el hombre más poderoso de Europa, con un imperio europeo que sólo sería comparable en tamaño al de Napoleón. El Emperador intentó sofocar la Reforma Protestante en la Dieta de Worms, pero Lutero renunció a retractarse de su herejía. No obstante, Carlos I ordenó saquear la Santa Sede, después de que el Papa Clemente VII se uniera a la Liga de Cognac contra él, en lo que se llamó el Saco de Roma.

Pese a que Carlos I era flamenco y su lengua materna era el francés vivió un proceso de españolización o, más concretamente, de castellanización. Así, cuando se entrevistó con el Papa, le habló en español y más tarde, cuando recibió al embajador de Francia, el diplomático se sorprendió de que no usara su lengua materna, a lo que el emperador contestó: «No importa que no me entendáis. Que yo estoy hablando en mi lengua española, que es tan bella y noble que debería ser conocida por toda la cristiandad». Esta frase ha calado bastante en los españoles y, siglos después, aún se utiliza el dicho «Que hable en cristiano» cuando un español quiere que se le traduzca lo dicho.

Entre tanto en América, tras Colón, la colonización del Nuevo Mundo había pasado a ser encabezada por una serie de guerreros-exploradores conocidos como los Conquistadores. Las tribus nativas estaban casi siempre en guerra unas con otras y muchas de ellas se mostraron dispuestas a formar alianzas con los españoles para derrotar a enemigos más poderosos como los Aztecas o los Incas. Este hecho fue facilitado por la propagación de enfermedades comunes en Europa (p.e.: viruela), pero desconocidas en el Nuevo Mundo, lo que diezmó la población nativa americana.

Virreinato de Nueva España, fruto de las conquistas de Hernán Cortés.
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Virreinato de Nueva España, fruto de las conquistas de Hernán Cortés.

El conquistador más exitoso fue Hernán Cortés, quien entre 1519 y 1521, con alrededor de 200.000 aliados amerindios, arrasó el poderoso Imperio Azteca, entrando en México, que sería la base del virreinato de Nueva España. De una importancia comparable fue la conquista del Imperio Inca por parte de Francisco Pizarro, que se convertiría en el Virreinato del Perú.

Tras la conquista de México, las leyendas sobre ciudades «doradas» (Cibola en Norteamérica, El Dorado en Sudamérica) originaron numerosas expediciones, pero muchas de ellas regresaron sin encontrar nada, y las que encontraron algo dieron con mucho menos valor de lo esperado.

En 1521, Francisco I de Francia, al sentirse rodeado por los territorios de los Habsburgo, invadió las posesiones españolas en Italia e inició una nueva era de hostilidades entre Francia y España. La guerra fue un desastre para Francia, que sufrió importantes derrotas en Bicoca (1522), Pavía (1525) —en la que Francisco I fue capturado— y Landriano (1529) antes de que Francisco I claudicase y dejase Milán en manos españolas una vez más.

[editar] De la batalla de Pavía a la Paz de Augsburgo (1525–1555)

La victoria de Carlos I en la Batalla de Pavía, 1525, sorprendió a muchos italianos y alemanes, demostrando su empeño de conseguir el máximo poder posible. El Papa Clemente VII cambió de bando y unió sus fuerzas con Francia y los emergentes estados italianos contra el Emperador, en la Guerra de la Liga de Cognac. La Paz de Barcelona, firmada entre Carlos I y el Papa en 1529, estableció una relación más cordial entre los dos gobernantes y de hecho nombraba a España como defensora de la causa católica y reconocía a Carlos como Rey de Lombardía en recompensa por la intervención española contra la rebelde República de Florencia.

Fernando de Magallanes (sustituido tras morir en la expedición por Juan Sebastián Elcano) mandó la primera expedición que completó la circunnavegación del globo en 1522.

En 1528, el gran almirante Andrea Doria se alió con el Emperador para desalojar a Francia y restaurar la independencia genovesa. Esto abrió una nueva perspectiva: en este año se produce el primer préstamo de los bancos genoveses a Carlos I.

La colonización americana seguía mientras imparable. Nueva Granada fue fundada durante la década de 1530 y Juan de Garay fundó Buenos Aires en 1536. En la década de 1540, Francisco de Orellana exploraba la selva llegando al Amazonas. En 1541, Pedro de Valdivia, continuando las exploraciones de Diego de Almagro desde Perú, instauró la Capitanía General de Chile. Ese mismo año, el Imperio Muisca, que ocupaba el centro de Colombia, fue finalmente conquistado.

Como consecuencia de la defensa de los nativos que la Escuela de Salamanca y Bartolomé de las Casas hicieron, España se dio relativa prisa en hacer leyes para proteger a los nativos de sus colonias americanas, la primera de ellas se tramitó en 1542; sin embargo, a menudo la teoría no fue llevada a la práctica, una pauta que siguieron otras naciones europeas.

En 1543, Francisco I de Francia anunció una alianza sin precedentes con el sultán otomano Solimán el Magnífico, para ocupar la ciudad de Niza, bajo control español. Enrique VIII de Inglaterra, que guardaba más rencor contra Francia que contra el Emperador, a pesar de oponerse a su divorcio, se unió a este último en su invasión de Francia. Aunque España sufrió sonoras derrotas como la de Saboya, Enrique VIII consiguió que Francia aceptara sus condiciones. Los austriacos, liderados por el hermano pequeño del Emperador Carlos, continuaron luchando contra el Imperio Otomano por el Este. Mientras, Carlos I se preocupó de solucionar un viejo problema: la Liga de Esmalcalda.

Mapa de los dominios de los Habsburgo en Europa tras la Batalla de Mühlberg en 1547.
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Mapa de los dominios de los Habsburgo en Europa tras la Batalla de Mühlberg en 1547.

La Liga tenía como aliados a los franceses, y los esfuerzos por socavar su influencia en Alemania fueron rechazados. La derrota francesa en 1544 rompió su alianza con los protestantes y Carlos I se aprovechó de esta oportunidad. Primero intentó el camino de la negociación en el Concilio de Trento en 1545, pero los líderes protestantes, sintiéndose traicionados por la postura de los católicos en el Concilio, fueron a la guerra liderados por Mauricio de Sajonia. En respuesta, Carlos I invadió Alemania a la cabeza de un ejército hispano-holandés, confiando en restaurar la autoridad imperial. El emperador en persona infligió una decisiva derrota a los protestantes en la histórica Batalla de Mühlberg en 1547. En 1555 firmó la Paz de Augsburgo con los estados protestantes restaurando la estabilidad en Alemania bajo el principio de Cuius regio, eius religio («Quien tiene la región impone la religión»), una posición impopular entre el clero italiano y español. El compromiso de Carlos en Alemania otorgó a España el papel de protector de la causa católica de los Habsburgo en el Sacro Imperio Romano.

Mientras, el Mediterráneo se convirtió en campo de batalla contra los turcos, que alentaban a piratas como Barbarroja. Carlos I prefirió eliminar a los otomanos a través de la estrategia marítima, atacando sus asentamientos en los territorios venecianos del este del Mediterráneo. Sólo como respuesta a los ataques en la costa de Levante española se involucró personalmente el Emperador en ofensivas en el continente africano con expediciones sobre Túnez y Bona (1535) y Argel (1541).

[editar] De San Quintín a Lepanto (1556–1571)

El Emperador Carlos repartió sus posesiones entre su único hijo legítimo, Felipe II, y su hermano Fernando (al que dejó el Imperio de los Habsburgo). Para Felipe II, Castilla fue la base de su imperio, pero la población de Castilla nunca fue lo suficientemente grande para proporcionar los soldados necesarios para sostener el Imperio. Tras el matrimonio del Rey con María Tudor, Inglaterra y España fueron aliados.

España no consiguió tener paz al llegar al trono el agresivo Enrique II de Francia en 1547, que inmediatamente reanudó los conflictos con España. Felipe II prosiguió la guerra contra Francia, aplastando al ejército francés en la Batalla de San Quintín, en Picardía, en 1558 y derrotando a Enrique de nuevo en la Batalla de Gravelinas. La Paz de Cateau-Cambrésis, firmada en 1559, reconoció definitivamente las reclamaciones españolas en Italia. En las celebraciones que siguieron al Tratado, Enrique II murió a causa de una herida producida por un trozo de madera de una lanza. Francia fue golpeada durante los siguientes años por una guerra civil que ahondó en las diferencias entre católicos y protestantes dando a España ocasión de intervenir en favor de los católicos y que le impidió competir con España y la Casa de Habsburgo en los juegos de poder europeos. Liberados de la oposición francesa, España vio el apogeo de su poder y de su extensión territorial en el periodo entre 1559 y 1643.

La bancarrota de 1557 supuso la inauguración del consorcio de los bancos genoveses, lo que llevó al caos a los banqueros alemanes y acabó con la preponderancia de los Fugger como financiadores del Estado español. Los banqueros genoveses suministraron a los Habsburgo crédito fluido e ingresos regulares.

Mientras tanto la expansión ultramarina continuaba: Florida fue colonizada en 1556 por Pedro Menéndez de Avilés al fundar San Agustín, y al derrotar rápidamente un intento ilegal del capitán francés Jean Ribault y 150 hombres de establecer un puesto de aprovisionamiento en el territorio español. San Agustín se convirtió rápidamente en una base estratégica de defensa para los barcos españoles llenos de oro y plata que regresaban desde los dominios de las Indias.

En Asia, el 27 de abril de 1565, se estableció el primer asentamiento en Filipinas por parte de Miguel López de Legazpi y se puso en marcha la ruta de los Galeones de Manila (Nao de la China). Manila se fundó en 1572.

Después del triunfo de España sobre Francia y el comienzo de las guerras de religión francesas, la ambición de Felipe II aumentó. En el Mediterráneo el Imperio Otomano había puesto en entredicho la hegemonía española, perdiéndose Trípoli (1531) y Bugía (1554) mientras la piratería berberisca y otomana se recrudecía. En 1565, sin embargo, el auxilio español a los sitiados Caballeros de San Juan salvó Malta, infligiendo una severa derrota a los turcos.

La muerte de Solimán el Magnífico y su sucesión por parte del menos capacitado Selim II, envalentonó a Felipe II y éste declaró la guerra al mismo Sultán. En 1571, la Santa Liga, formada por Felipe II, Venecia y el Papa Pío V, se enfrentó al Imperio Otomano, con una flota conjunta mandada por Don Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos I, que aniquiló la flota turca en la decisiva Batalla de Lepanto.

La derrota acabó con la amenaza turca en el Mediterráneo e inició un periodo de decadencia para el Imperio Otomano. Esta batalla aumentó el respeto hacia España y su soberanía fuera de sus fronteras y el Rey asumió la carga de dirigir la Contrarreforma.

[editar] El Reino en problemas (1571–1598)

El tiempo de alegría en Madrid duró poco. En 1566, los calvinistas iniciaron una serie de disturbios en los Países Bajos que provocaron la llegada del Duque de Alba a la zona. En 1568, Guillermo I de Orange-Nassau lideró un intento fallido de echar al Duque de Alba del país. Estas batallas son consideradas como el inicio de la Guerra de los Ochenta Años, que concluyó con la independencia de las Provincias Unidas. Felipe II, que había recibido de su padre la herencia de los territorios de la Casa de Borgoña (Países Bajos y Franco Condado), para que la poderosa Castilla los defendiese de Francia, se vio obligado a restaurar el orden y mantener su dominio sobre estos territorios. En 1572, un grupo de navíos holandeses rebeldes conocidos como los watergeuzen, tomaron varias ciudades costeras, proclamaron su apoyo a Guillermo I y renegaron del gobierno español.

Para España la guerra se convirtió en un asunto sin fin. En 1574, los Tercios de Flandes, bajo el mando de Luis de Requesens, fueron vencidos en el Asedio de Leiden después de que los holandeses rompieran los diques, causando inundaciones masivas.

En 1576, abrumado por los costes del mantenimiento de un ejército de 80.000 hombres en los Países Bajos y de la inmensa flota que venció en Lepanto, unidos a la creciente amenaza de la piratería en el Atlántico y especialmente a los naufragios que reducían las llegadas de dinero de las colonias americanas, Felipe II se vio obligado a declarar una suspensión de pagos (que fue interpretada como bancarrota).

El ejército se amotinó no mucho después, apoderándose de Amberes y saqueando el sur de los Países Bajos, haciendo que varias ciudades, que hasta entonces se habían mantenido pacíficas, se unieran a la rebelión. Los españoles eligieron la vía de la negociación y consiguieron pacificar la mayor parte de las provincias del sur con la Unión de Arras en 1579.

Este acuerdo requería que todas las tropas españolas abandonasen aquellas tierras, lo que fortaleció la posición de Felipe II cuando en 1580 murió sin descendientes directos el último miembro de la familia real de Portugal, el cardenal Enrique I de Portugal. El Rey de España, hijo de Isabel de Portugal y por tanto nieto del rey Manuel I hizo valer su reclamación al trono portugués, y en junio envió al Duque de Alba y su ejército a Lisboa para asegurarse la sucesión. El otro pretendiente, Don Antonio, se replegó a las Azores, donde la armada de Felipe terminó de derrotarle.

La unificación temporal de la Península Ibérica puso en manos de Felipe II el imperio portugués, es decir, la mayor parte de los territorios explorados del Nuevo Mundo además de las colonias comerciales en Asia y África. En 1582, cuando el Rey devolvió la corte a Madrid desde Lisboa, donde estaba asentada temporalmente para pacificar su nuevo reino, se produjo la decisión de fortalecer el poderío naval español.

España estaba todavía renqueante de la bancarrota de 1576. En 1584, Guillermo I de Orange-Nassau fue asesinado por un católico trastornado. Se esperaba que la muerte del líder popular de la resistencia significara el fin de la guerra, pero no fue así. En 1586, la reina Isabel I de Inglaterra envió apoyo a las causas protestantes en los Países Bajos y Francia, y Sir Francis Drake lanzó ataques contra los barcos mercantes españoles en el Caribe y el Pacífico, además de un ataque especialmente agresivo contra el puerto de Cádiz.

En 1588, confiando en acabar con los entrometimientos de Isabel I, Felipe II envió la «Armada Invencible» a atacar a Inglaterra. Una serie de fuertes tormentas e importantes fallos logísticos en los aprovisionamientos que la flota había de hacer en los Países Bajos provocaron la derrota de la Armada española.

Derrota de la Armada Invencible.
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Derrota de la Armada Invencible.

No obstante, la derrota del contraataque inglés contra España, dirigido por Drake y Norris en 1589, marcó un punto de inflexión en la Guerra anglo-española a favor de España. A pesar de la derrota de la Gran Armada, la flota española siguió siendo la más fuerte en los mares de Europa durante años, hasta que en 1639, fue derrotada por los holandeses en la batalla naval de las Dunas, cuando una visiblemente exhausta España empezaba a debilitarse.

España se involucró en las guerras de religión francesas tras la muerte de Enrique II. En 1589, Enrique III de Francia, el último del linaje de los Valois, murió a las puertas de París. Su sucesor, Enrique IV de Francia y III de Navarra, el primer Borbón rey de Francia, fue un hombre muy habilidoso, consiguiendo victorias clave contra la Liga Católica en Argues (1589) y en Ivry (1590). Comprometidos con impedir que Enrique IV tomara posesión del trono francés, los españoles dividieron su ejército en los Países Bajos e invadieron Francia en 1590.

[editar] «Dios es español» (1598–1626)

Pese a que actualmente sabemos que la economía española estaba minada y que su poderío se debilitaba, el Imperio seguía siendo con mucho el poder más fuerte. Tanto es así que podía librar enfrentamientos con Inglaterra, Francia y los Países Bajos al mismo tiempo. Este poderío lo confirmaban el resto de pueblos europeos; así el hugonote francés Duplessis-Mornay, por ejemplo, escribió tras el asesinato de Guillermo de Orange a manos de Balthasar Gérard[2]:

La ambición de los españoles, que les ha hecho acumular tantas tierras y mares, les hace pensar que nada les es inaccesible.

Se ha mostrado en varias obras literarias y especialmente en películas el agobio causado por la continua piratería contra sus barcos en el Atlántico y la consecuente disminución de los ingresos del oro de las Indias. Sin embargo, investigaciones más profundas[3] indican que esta piratería realmente consistía en varias decenas de barcos y varios cientos de piratas, siendo los primeros de escaso tonelaje, por lo que no podían enfrentarse con los galeones españoles, teniéndose que conformar con pequeños barcos o los que pudieran apartarse de la flota. En segundo lugar está el dato según el cual, durante el siglo XVI, ningún pirata ni corsario logró hundir galeón alguno; además de unas 400 flotas fletadas por España (dos por año durante unos 300 años) sólo dos cayeron en manos enemigas y ambas por marinas de guerra no por piratas ni corsarios[4]. Cosa muy diferente era la piratería mediterránea, perpetrada por berberiscos, que tenía un volumen diez o más veces superior a la atlántica. Los expertos mantienen que fueron las fuertes tormentas quienes bloquearon en más de una ocasión todo el comercio entre América y Europa.

Pese a todos los ingresos provenientes de América, España se vio forzada a declararse en bancarrota en 1596.

El sucesor de Felipe II, Felipe III, subió al trono en 1598. Era un hombre de inteligencia limitada y desinteresado por la política, prefiriendo dejar a otros tomar decisiones en vez de tomar el mando. Su valido fue el Duque de Lerma, quien nunca tuvo interés por los asuntos de su país aliado, Austria.

Los españoles intentaron librarse de los numerosos conflictos en lo que estaban involucrados, primero firmando la Paz de Vervins con Francia en 1598, reconociendo a Enrique IV (católico desde 1593) como Rey de Francia, y restableciendo muchas de las condiciones de la Paz de Cateau-Cambrésis. Con varias derrotas consecutivas y una guerra de guerrillas inacabable contra los católicos apoyados por España en Irlanda, Inglaterra aceptó negociar en 1604, tras la ascensión al trono del Estuardo Jacobo I.

La paz con Francia e Inglaterra implicó que España pudo centrar su atención y energías para restituir su dominio en las provincias holandesas. Los holandeses, liderados por Mauricio de Nassau, el hijo de Guillermo I, salieron exitosos de la toma de algunas ciudades fronterizas en 1590, incluyendo la fortaleza de Breda. A esto se sumaron las victorias ultramarinas holandesas que ocuparan las colonias portuguesas (y por tanto españolas) en Oriente, tomando Ceilán (1605), y Batavia y otras islas de las especias (entre 1605 y 1619).

Después de la paz con Inglaterra, Ambrosio Spinola, como nuevo general al mando de las fuerzas españolas, luchó tenazmente contra los holandeses. Spinola era un estratega de una capacidad similar a la de Mauricio, y únicamente la nueva bancarrota de 1607 evitó que conquistara los Países Bajos. Atormentados por unas finanzas ruinosas, en 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Unidas. La Pax Hispanica era un hecho.

España tuvo una notable recuperación durante la tregua, ordenando su economía y esforzándose por recuperar su prestigio y estabilidad antes de participar en la última guerra en que actuaría como potencia principal.

Actualmente la opinión de los historiadores es casi unánime respecto al error de involucrarse en guerras europeas por la única razón de que los reinos heredados debían transmitirse íntegros. Sin embargo esta postura también existía en aquellos años. Así un procurados en cortes escribió:

¿Por ventura serán Francia, Flandes e Inglaterra más buenos cuanto España más pobre? Que el remedio de los pecados de Nínive no fue aumentar el tributo en Palestina para irlos a conquistar, sino enviar la persona que los fuera a convertir.[5]

En 1618 el Rey reemplazó a Spinola por Don Baltasar de Zúñiga, veterano embajador en Viena. Éste pensaba que la clave para frenar a una Francia que resurgía y eliminar a los holandeses era una estrecha alianza con los Habsburgo austriacos. Ese mismo año comenzando con la Defenestración de Praga, Austria y el Emperador Fernando II se embarcaron en una campaña contra Bohemia y la Unión Protestante. Zúñiga animó a Felipe III a que se uniera a los Habsburgo austriacos en la guerra, y Ambrosio Spínola fue enviado en cabeza del Tercio de Flandes a intervenir. De esta manera, España entró en la Guerra de los Treinta Años.

En 1621 el inofensivo y poco eficaz Felipe III murió y subió al trono su hijo, Felipe IV. Al año siguiente, Zúñiga fue sustituido por Gaspar de Guzmán, más conocido por su título de Conde-Duque de Olivares, un hombre honesto y capaz, que creía que el centro de todas las desgracias de España eran las Provincias Unidas. Ese mismo año se reanudó la guerra con los Países Bajos. Los bohemios fueron derrotados en la Batalla de la Montaña Blanca en 1621, y más tarde en Stadtlohn en 1623.

La rendición de Breda (1625) o «Las Lanzas», de Velázquez.
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La rendición de Breda (1625) o «Las Lanzas», de Velázquez.

Mientras, en los Países Bajos, Spinola tomó la fortaleza de Breda en 1625. La intervención de Cristián IV de Dinamarca en la guerra inquietó a muchos —Cristian IV era uno de los pocos monarcas europeos que no tenía problemas económicos—, pero las victorias del general imperial Albrecht von Wallenstein sobre los daneses en la Batalla del puente de Dessau y de nuevo en Lutter, ambas en 1626, eliminaron tal amenaza.

Había esperanza en Madrid acerca de que los Países Bajos pudiesen ser reincorporados al Imperio, y tras la derrota de los daneses, los protestantes en Alemania parecían estar acabados. Francia estaba otra vez envuelta en sus propias inestabilidades (el asedio de La Rochelle comenzó en 1627) y la superioridad de España parecía irrefutable. El Conde-Duque de Olivares afirmó «Dios es español y está de parte de la nación estos días», y muchos de los rivales de España parecían estar infelizmente de acuerdo.

[editar] El camino a Rocroi (1626–1643)

Olivares era un hombre avanzado para su tiempo y se dio cuenta de que España necesitaba una reforma que a su vez necesitaba de la paz. La destrucción de las Provincias Unidas se añadió a sus necesidades, ya que detrás de cualquier ataque a los Habsburgo había dinero holandés. Spínola y el ejército español se concentraron en los Países Bajos y la guerra pareció marchar a favor de España, retomándose Ostende. En ultramar se combatió también a la flota holandesa, que amenazaba las posesiones españolas. Así, la presencia holandesa en Taiwán y su amenaza sobre las Filipinas llevó a la ocupación del norte de las islas, fundándose la ciudad de Santísima Trinidad (actual Keelung) en el año 1626 y Castillo (actual Tamsui) en 1629.

1627 acarreó el derrumbamiento de la economía castellana. Los españoles habían devaluado su moneda para pagar la guerra y la inflación explotó en España como antes lo había hecho en Austria. Hasta 1631, en algunas partes de Castilla se comerció con el trueque, debido a la crisis monetaria, y el gobierno fue incapaz de recaudar impuestos del campesinado de las colonias. Los ejércitos españoles en Alemania optaron por pagarse a sí mismos. Olivares fue culpado por una vergonzosa e infructuosa guerra en Italia. Los holandeses habían convertido su flota en una prioridad durante la Tregua de los Veinte Años y amenazaron el comercio marítimo español, del cual España era totalmente dependiente tras la crisis económica.

La Batalla de Nördlingen, por Jacques Courtois.
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La Batalla de Nördlingen, por Jacques Courtois.

La Guerra de los Treinta Años también se agravó cuando, en 1630, Gustavo II Adolfo de Suecia desembarcó en Alemania para socorrer el puerto de Stralsund, último baluarte continental de los alemanes beligerantes contra el Emperador. Gustavo II Adolfo marchó hacia el sur y obtuvo notables victorias en Breitenfeld y Lützen, atrayendo numerosos apoyos para los protestantes allá donde iba.

La situación para los católicos mejoró con la muerte de Gustavo II Adolfo en Lützen en 1632 y la victoria en la Batalla de Nördlingen en 1634. Desde una posición de fuerza, el Emperador intentó pactar la paz con los estados hastiados de la guerra en 1635. Muchos aceptaron, incluidos los dos más poderosos: Brandenburgo y Sajonia. Francia se perfiló entonces como el mayor problema.

El Cardenal Richelieu había sido un gran aliado de los holandeses y los protestantes desde el comienzo de la guerra, enviando fondos y equipamiento para intentar fragmentar la fuerza de los Habsburgo en Europa. Richelieu decidió que la Paz de Praga, recientemente firmada, era contraria a los intereses de Francia y declaró la guerra al Sacro Imperio Romano Germánico y a España dentro del periodo establecido de paz. Las fuerzas españolas, más experimentadas, obtuvieron éxitos iniciales: Olivares ordenó una campaña relámpago en el norte de Francia desde los Países Bajos españoles, confiando en acabar con el propósito del rey Luis XIII y derrocar a Richelieu.

En 1636, las fuerzas españolas avanzaron hacia el sur hasta llegar a Corbie, amenazando París y quedando muy cerca de terminar la guerra a su favor. Después de 1636, Olivares tuvo miedo de provocar otra bancarrota y el ejército español no avanzó más. En la derrota naval de las Dunas en 1639, la flota española fue diezmada por la armada holandesa, y los españoles se encontraron incapaces de abastecer a sus tropas en los Países Bajos.

En 1643 el ejército de Flandes, que constituía lo mejor de la infantería española, se enfrentó a una invasión francesa en Rocroi liderada por Luis II de Borbón, Príncipe de Condé. Aunque fuentes francesas decimonónicas y sobre todo las fuentes originales, siempre informaron de que los españoles, liderados por Francisco de Melo, no fueron ni mucho menos arrasados, la propaganda gala logró un notable éxito mitificando aquella pequeña victoria[6]. La mayoría de la infantería española quedó intacta, mil muertos o heridos de un total de 6 000 soldados de los tercios, y ante la caballería francesa resistió carga tras carga con muy pocas pérdidas. El duque de Enghien no pudo ni destruir ni perseguir al ejército español en retirada ni tampoco reducir a los dos tercios españoles que permanecieron en el campo de batalla y, finalmente, debió abandonar la plaza a los españoles por su incapacidad para defenderla.

La gran habilidad del cardenal Mazarino para manejar esa pequeña victoria logró acabar con la reputación de los Tercios de Flandes, creando un mito que aún permanece; el de una victoria en la que, para saber el número de enemigos al que se enfrentaron, los franceses sólo tenían que Contar los muertos.

[editar] La decadencia

[editar] El Imperio de los últimos Habsburgo españoles (1643–1713)

Tradicionalmente, los historiadores señalan la Batalla de Rocroi como el fin del dominio español en Europa. Catalanes y napolitanos, apoyados por Francia, se alzaron en sendas rebeliones contra España, y hubo tentativas de insurrecciones similares en Andalucía y Aragón en la década de 1640. Portugal, apoyado por Inglaterra, recuperó su independencia. Cataluña necesitó de una campaña militar para ser reintegrada a los dominios de los Habsburgo.

Con los Países Bajos perdidos definitivamente tras la batalla de Lens en 1648, los españoles firmaron la paz con los holandeses y reconocieron la independencia de las Provincias Unidas en la Paz de Westfalia, que acabó al mismo tiempo con la Guerra de los Ochenta Años y la Guerra de los Treinta Años. A esto le siguió la expulsión de Taiwán y la pérdida de Tobago, Curuçao y otras islas en el mar Caribe.

La guerra con Francia continuó once años más. Aunque Francia sufría una guerra civil, la economía española estaba tan debilitada que el Imperio era incapaz de hacerle frente. Nápoles fue reconquistada en 1648 y Cataluña en 1652 y además se obtuvo una victoria contra los franceses en la batalla de Valenciennes (1656, última de las victorias españolas), pero el fin efectivo de la guerra vino en la batalla de las Dunas (o de Dunquerque) en 1658, en la que el ejército francés, bajo el mando del vizconde de Turenne, derrotó a los restos de los Tercios de Flandes. España aceptó firmar la Paz de los Pirineos en 1659, en la que cedía a Francia el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas de los Países Bajos. Además se pactó el matrimonio de una infanta española con Luis XIV.

Portugal se había rebelado en 1640 bajo el liderazgo de Juan de Braganza, pretendiente al trono. Éste había recibido un apoyo general de pueblo portugués, y los españoles —que tenían que luchar contra rebeliones en muchos de sus dominios además de la guerra con Francia— fueron incapaces de responder. Los españoles y los portugueses estuvieron en un estado de paz de facto entre 1641 y 1657. Cuando Juan IV murió, los españoles intentaron luchar por Portugal contra su hijo Alfonso VI de Portugal, pero fueron derrotados en Ameixial (1663) y Monte Claros (1665), lo que llevó a España a reconocer la independencia portuguesa en 1668.

España tenía un inmenso imperio en ultramar (ahora reducido por la separación de Portugal y su imperio así como por ataques franceses e ingleses), pero Francia era ahora la primera potencia en Europa y las Provincias Unidas en el Atlántico.

A la muerte de Felipe IV, su hijo Carlos II tenía sólo cuatro años, por lo que su madre Mariana de Austria gobernó como regente. Ésta acabó por entregarle las tareas de gobierno a un valido, el padre Nithard, un jesuita austriaco. El reinado de Carlos II puede dividirse en dos partes. La primera abarcaría de 1665 a 1679 y estaría caracterizada por el letargo económico y las luchas de poder entre los validos del Rey, el padre Nithard y Fernando de Valenzuela, con el hijo ilegítimo de Felipe IV, Don Juan José de Austria. Éste último dio un golpe de Estado en 1677 que obligó al monarca a expulsar a Valenzuela del gobierno.

La segunda parte comenzaría en 1680 con la toma de poder del Duque de Medinaceli como valido. Se propuso una nueva política económica devaluando la moneda, lo que permitió acabar con las subidas de precios y ayudó a recuperar lentamente la economía. En 1685, llegó al poder el Conde de Oropesa, que propuso un presupuesto fijo para los gastos de la Corte como medio para evitar nuevas bancarrotas.

Las últimas décadas del siglo XVII vieron una decadencia y estancamiento totales en España; mientras el resto de Europa se embarcaba en tremendos cambios en los gobiernos y las sociedades —la Revolución de 1688 en Inglaterra y el reinado del Rey Sol en Francia—, España continuaba a la deriva. La burocracia que se había constituido alrededor de Carlos I y Felipe II demandaba un monarca fuerte y trabajador; la debilidad y dejadez de Felipe III y Felipe IV contribuyeron a la decadencia española. Carlos II era retrasado e impotente, y murió sin un heredero en 1700.

La historiografía moderna tiende a ser más condescendiente con Carlos II y sus limitaciones, haciendo ver que el Rey, pese a estar en el límite de la normalidad mental, era consciente de la responsabilidad que tenía, la situación de codicia que vivía su imperio y la idea de majestad que siempre trató de mantener. Esto lo demostró en su testamento que, según la canción popular, fue su mejor obra; en él declaraba:

Declaro mi sucesor (en el caso de que Dios se me lleve sin dejar hijos) el de Anjou, hijo segundo del Delfín de Francia; y, como a tal, lo llamo a la sucesión de todos mi reinos y dominios sin excepción de ninguna parte de ellos[7].

[editar] El Imperio de los Borbones: Reforma y recuperación (1713–1806)

El nuevo rey no fue excesivamente bien recibido en España, aparte de los retrasos en su entrada en Madrid por el mal tiempo y las continuas recepciones, los cortesanos comenzaron a ver que era abúlico, casto, piadoso, muy seguidor de los deseos de su confesor y melancólico, redactándole una coplilla:

Anda, niño, anda,
Porque el cardenal lo manda
[7].

Pero Felipe V no tenía intención de acaparar España para él y sus allegados como pretendió hacer Felipe el Hermoso, él quería ser un buen monarca pese a las muchas diferencias que tenía con su nuevo pueblo. Tanto es así que tras el famoso discurso que pronunció el marqués de Castelldosrius, embajador de España en Francia, Felipe no comprendió nada, ni siquiera la famosa frase «Ya no hay Pirineos»; porque no sabía español y fue su abuelo Luis XIV quien debió interceder por él; pero al finalizar su réplica al embajador, el Rey Sol le dijo al futuro rey «Sed un buen español». Aquel joven de 17 años cumplió toda su vida con aquel mandato[8].

El deseo de las otras potencias por España y sus posesiones no podía quedar zanjado con el testamento real. Por lo que los confrontamientos eran casi inevitables; el Archiduque Carlos de Austria no se resignó, lo que dio lugar a la Guerra de Sucesión (17021713).

Esta guerra y las negligencias cometidas en ella llevaron a nuevas derrotas para las armas españolas, llegando incluso al propio territorio peninsular. Así se perdió Orán, Menorca y la más dolorosa y prolongada: Gibraltar, donde había únicamente 50 españoles defendiéndolo contra la flota anglo-holandesa.

Felipe V no estaba preparado para dirigir el reino más grande de aquel momento y él lo sabía; pero también sabía rodearse de las personas más preparadas de su época. Así los monarcas Borbones y los hombres que vinieron con ellos trajeron un proyecto para el Imperio español y un deseo de fusionarse con él; por ejemplo Alejandro Malaspina decía que se sentía «Un italiano en España y un español en Italia», Carlos III mandó esculpir estatuas de todos los reyes y dignatarios españoles desde los visigodos como heredero que se sentía de ellos, el marqués de Esquilache se molestaba cuando los nobles españoles no le tuteaban como era la costumbre o, por las tardes, tomaba chocolate, tradición que diferenciaba a la corte española de otras europeas; pero el más claro quizá fuese Felipe V delante de su abuelo Luis XIV, cuando tenía ante sí una posibilidad en el futuro de volver a Francia como rey de un país en auge en lugar de otro en decadencia como era España, dicen que respondió:

Está hecha mi elección y nada hay en la tierra capaz de moverme a renunciar a la corona que Dios me ha dado, nada en el mundo me hará separarme de España y de los españoles[7].

Cesiones por el tratado de Utrecht
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Cesiones por el tratado de Utrecht

En el Tratado de Utrecht (11 de abril de 1713), las potencias europeas decidían cuál iba a ser el futuro de España en cuanto al equilibrio de poder. El nuevo rey de la casa de Borbón, Felipe V, mantuvo el imperio de ultramar, pero cedió Sicilia y parte del Milanesado a Saboya; y Gibraltar y Menorca a Inglaterra y los otros territorios continentales (los Países Bajos españoles, Nápoles, Milán y Cerdeña) a Austria. Además significó la separación definitiva de las coronas de Francia y España, y la renuncia de Felipe V a sus derechos sobre el trono francés. Con esto, el Imperio le daba la espalda a los territorios europeos. Asimismo, se garantizaba a Inglaterra el tráfico de esclavos durante treinta años («asiento de negros»).

Con el monarca Borbón llegaron ideas mercantilistas francesas basadas en una monarquía centralizada, puesta en funcionamiento en América lentamente. Sus mayores preocupaciones fueron romper el poder de la aristocracia criolla y también debilitar el control territorial de la Compañía de Jesús: los jesuitas fueron expulsados de la América española en 1767. Además de los ya establecidos consulados de Ciudad de México y Lima, se estableció el de Vera Cruz.

Entre 1717 y 1718 las instituciones para el gobierno de las Indias, el Consejo de Indias y la Casa de la Contratación, se trasladaron de Sevilla a Cádiz, que se convirtió en el único puerto de comercio con las Américas.

Los órganos ejecutivos fueron reformados creando las secretarías de estado que serían el embrión de los ministerios. Se reformó el sistema de aduanas y aranceles y el contributivo, se creó el catastro (pese a no llegar a reformarse totalmente la política contributiva) se reestructuró el Ejército de Tierra en regimientos en lugar de en tercios...; pero quizá el gran logro fue la unificación de las distintas flotas y arsenales en la Armada[7]. A esta reformas se dedicaron hombres como José Patiño, José Campillo o Zenón de Somodevilla, que fueron ejemplos de meritocracia y algunos de los mejores expertos en material naval de su época.

A estas reformas le siguió una nueva política expansionista que buscaba recuperar las posiciones perdidas. Así, en 1717 la armada española recobró Cerdeña y Sicilia, que tuvo que abandonar pronto ante la coalición de Austria, Francia, Gran Bretaña y Holanda, que vencieron en Cabo Pessaro. Sin embargo la diplomacia española, apoyada por los Pactos de Familia con sus parientes franceses, lograría que la corona del Reino de las Dos Sicilias recayera en el segundo hijo del rey español. La nueva rama dinástica sería conocida posteriormente como Borbón-Dos Sicilias.

En América, España se enfrentó con Portugal por la colonia de Sacramento en el actual Uruguay, que era la base del contrabando británico por el Río de la Plata. En 1750 Portugal cedió la colonia a España a cambio de siete de las treinta reducciones guaraníes de los jesuitas en la frontera con Brasil. Los españoles tuvieron que expulsar a los jesuitas, generando un conflicto con los guaraníes que duró once años.

El desarrollo del comercio naval promovido por los Borbones en América fue interrumpido por la flota británica durante la Guerra de los Siete Años (17561763) en la que España y Francia se enfrentaron a Gran Bretaña y Portugal por conflictos coloniales. Los éxitos españoles en el norte de Portugal se vieron eclipsados por la toma inglesa de La Habana y Manila. Finalmente, el Tratado de París (1763) puso fin a la guerra. Con esta paz, España recuperó Manila y La Habana, aunque tuvo que devolver Sacramento. Además Francia le entregó la Luisiana al oeste del Misisipi, incluida su capital, Nueva Orleáns, y España cedió la Florida a Gran Bretaña.

En cualquier caso, el siglo XVIII fue un periodo de prosperidad en el imperio de ultramar gracias al crecimiento constante del comercio, sobre todo en la segunda mitad del siglo debido a las reformas borbónicas. Las rutas de un solo barco en intervalos regulares fueron lentamente reemplazando la antigua costumbre de enviar a las flotas de Indias, y en la década de 1760, había rutas regulares entre Cádiz, La Habana y Puerto Rico, y en intervalos más largos con el Río de la Plata, donde se había creado un nuevo virreinato en 1776. El contrabando, que fue el cáncer del imperio de los Habsburgo, declinó cuando se pusieron en marcha los navíos de registro.

En 1777 una nueva guerra con Portugal acabó con el Tratado de San Ildefonso, por el que España recobraba Sacramento y ganaba las islas de Annobon y Fernando Poo, en aguas de Guinea, a cambio de retirarse de sus nuevas conquistas en Brasil.

Posteriormente, dos hechos conmocionaron la América española y al mismo tiempo demostraron la elasticidad y resistencia del nuevo sistema reformado: el alzamiento de Túpac Amaru en Perú en 1780 y la rebelión en Venezuela. Las dos, en parte, eran reacciones al mayor centralismo de la administración borbónica.

En la década de 1780 el comercio interior en el Imperio volvió a crecer y su flota se hizo mucho mayor y más rentable. El fin del monopolio de Cádiz para el comercio americano supuso el renacimiento de las manufacturas españolas. Lo más notable fue el rápido crecimiento de la industria textil en Cataluña, que a finales de siglo mostraba signos de industrialización con una sorprendente y rápida adopción de máquinas mecánicas para hilar, convirtiéndose en la más importante industria textil del Mediterráneo. Esto supuso la aparición de una pequeña pero políticamente activa burguesía en Barcelona. La productividad agraria se mantuvo baja a pesar de los esfuerzos por introducir nueva maquinaria para una clase campesina muy explotada y sin tierras.

La recuperación gradual de las guerras se vio de nuevo interrumpida por la participación española en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (17791783), en apoyo de los Estados sublevados y los consiguientes enfrentamientos con Gran Bretaña. El Tratado de Versalles de 1783 supuso de nuevo la paz y la recuperación de Florida y Menorca así como el abandono británico de Campeche y la Costa de los Mosquitos en el Caribe. Sin embargo, España fracasó al intentar recuperar Gibraltar, y tuvo que reconocer la soberanía británica sobre las Bahamas, donde se habían instalado numerosos partidarios del rey procedentes de las colonias perdidas, y el Archipiélago de San Andrés y Providencia, reclamado por España pero que no había podido controlar.

Mientras, con la Convención de Nutka (1791), se resolvió la disputa entre España y Gran Bretaña acerca de los asentamientos británicos y españoles en la costa del Pacífico, delimitándose así la frontera entre ambos países. También en ese año el Rey de España ordenó a Alejandro Malaspina buscar el Paso del Noroeste (Expedición Malaspina).

Las reformas económicas e institucionales produjeron sus frutos, militarmente hablando, cuando se derrotó a los ingleses durante la Guerra de la oreja de Jenkins en su intento de conquistar la estratégica plaza de Cartagena de Indias.

Como resultado, la España del XVIII fue una potencia de nivel medio en los juegos de poder, sin su antiguo nivel de superpotencia. Su extenso imperio en las Indias le daba una notable relevancia y, aunque era mayor en Europa la importancia de Francia, de Inglaterra o de Austria, aún mantenía la más importante flota del mundo y su moneda era la más fuerte.

A pesar de que el imperio español no había recuperado su antiguo esplendor, sí se había rehecho considerablemente de los días oscuros de principios de siglo, en los que estaba a merced de otras potencias. El ser un siglo principalmente pacífico bajo la nueva monarquía, permitió reconstruir y comenzar un largo proceso de modernización de las instituciones y la economía. El declive demográfico del XVII se había invertido. Pero todo iba a quedar ensombrecido por el tumulto que iba a ocupar a Europa con el cambio de siglo: las Guerras Revolucionarias Francesas y las Guerras Napoleónicas.

[editar] El fin del Imperio global (1808–1898)

Tras la Revolución Francesa de 1789, España se unió a los países que se aliaron para combatir la revolución. Un ejército dirigido por el general Ricardos reconquistó el Rosellón, pero apenas unos años después, en 1794 las tropas francesas les expulsaron e invadieron territorio español. El ascenso de Godoy a primer ministro supuso una política de apaciguamiento con Francia: con la paz de Basilea de 1795 se logró la retirada francesa a cambio de la mitad de la Española (lo que hoy en día es Haití).

El Redoutable y el HMS Temeraire en la Batalla de Trafalgar (1805)
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El Redoutable y el HMS Temeraire en la Batalla de Trafalgar (1805)

En 1796 el Tratado de San Ildefonso supuso la alianza con la Francia napoleónica contra Gran Bretaña, lo que supuso la unión de sus respectivas fuerzas armadas. El combate naval de cabo de San Vicente fue una victoria relativa para los británicos, que no supieron aprovechar, aunque en Cádiz y Santa Cruz de Tenerife la flota británica sufrió sendos fracasos. Lo más reseñable fue la pérdida de Isla Trinidad (1797) y Menorca. En 1802, se firmó la Paz de Amiens, tregua que permitió a España recobrar Menorca.

Pronto se reanudaron las hostilidades, desarrollándose el proyecto napoleónico de una invasión a través del Canal de la Mancha. Sin embargo, la destrucción de la flota aliada franco-española en la Batalla de Trafalgar (1805) arruinó el plan y minó la capacidad de España para defender y mantener su imperio.

Mientras las sucesivas coaliciones eran derrotadas una y otra vez por Napoleón Bonaparte en el continente, España libró una guerra menor contra Portugal (Guerra de las Naranjas) que le permitió anexionarse Olivenza. En 1800 Francia recobró Luisiana. Cuando Napoleón decretó el Bloqueo Continental, España colaboró con Francia en la ocupación de Portugal, país que desobedeció el bloqueo. Así las tropas francesas entraron en el país, acuartelándose unidades en guarniciones de la frontera. Tras la derrota de Trafalgar, España se encontró sin una Armada capaz de enfrentarse a la inglesa, y se cortó la comunicación efectiva con ultramar.

En 1808 Napoleón se aprovechó de las disputas entre el rey español Carlos IV y su hijo, el futuro Fernando VII, y consiguió que estos le cediesen el trono, de modo que España fue tomada por Napoleón sin disparar ni una bala.

Entonces se produjo un levantamiento popular (2 de mayo de 1808). Los españoles rebeldes a Napoleón se desplazaron al sur de España y comenzaron la conocida como Guerra de la Independencia Española que tendría un momento de optimismo con la derrota de los ejércitos franceses en la Batalla de Bailén al mando del general Castaños (la primera derrota de un ejército de Napoleón). El posterior contraataque francés capitaneado por Napoleón restableció al autoridad de su hermano José I de España, al que nombró rey. los enfrentamientos continuaron, ahora con la aparición de la «guerra de guerrillas». Cuando con la ayuda inglesa España logró expulsar a los franceses, y tras la Batalla de Waterloo, Fernando VII recuperó el trono, tuvo que enfrentarse con la independencia de las colonias.

Las guerras de independencia americanas fueron desencadenándose tras el cautiverio del rey legitimo Fernando VII por Napoleón y la derrota temporal del gobierno de la Junta Central en España, por lo que los criollos en América formaron juntas para autogobernarse, a los que se opusieron y desencadenaron la guerra, primero las autoridades españolas en América, y luego al monarca tras la derrota de Napoleón. Los criollos (descendientes de españoles, nacidos en las colonias), inspirados por la revolución norteamericana, se propusieron conseguir la independencia y expandieron estos movimientos por todas las Américas. Aunque tras el fin de la guerra en Europa las tropas españolas lograron reinstaurar la autoridad real, solo unos años después se reprodujeron las revoluciones, esta vez con éxito. Así comenzaba un largo periodo de emancipaciones por parte de las naciones americanas:

El expansionismo estadounidense en América comenzó a hacerse presente tanto sobre las recién independizadas repúblicas como sobre lo que quedaba del Imperio Español, siendo de destacar la compra de Florida a España por cinco millones de dólares en 1821.

Bandera de España desde 1834.
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Bandera de España desde 1834.

En lo que quedó del Imperio, la Guerra de la Independencia fue seguida por una monarquía absoluta, una década ominosa, guerras civiles de sucesión, una breve república y finalmente una democracia liberal corrupta. En esta época destaca la labor de Leopoldo O'Donnell, artífice de la construcción del primer ferrocarril en España, la anexión de territorios marroquíes y la no reconocida de Saigón.

Las guerras y disputas entre progresistas, liberales y conservadores se hicieron frecuentes. Estos últimos se negaban a aceptar que el país tuviera un estatus bajo a escala internacional. La consecuencia fue una constante inestabilidad que retardó el desarrollo del país. Un breve periodo de mejora se produjo en la década de 1870 cuando Alfonso XII y sus ministros tuvieron cierto éxito en recobrar el vigor de la política y el prestigio españoles, en parte por haber aceptado la realidad de las circunstancias españolas y trabajar inteligentemente.

En el XIX, España se convirtió en un destino exótico, barato y relativamente confortable para la aventura entre la pomposa élite social de Francia e Inglaterra.

No obstante, España mantuvo el control de fragmentos de su imperio hasta el incremento del nivel de nacionalismo y de levantamientos anticoloniales en varias zonas, que acabaron con la Guerra Hispano-estadounidense de 1898, cuando una débil España se enfrentó a unos Estados Unidos mucho más fuertes. El desencadenante de esta guerra que fue esgrimido por Estados Unidos fue el hundimiento del acorazado Maine, del que inicialmente se culpó a España y que las últimas investigaciones han demostrado que fue un accidente. Esta guerra acabó con una humillante derrota española y la independencia de Cuba. En Filipinas, los independentistas también contaron con el apoyo estadounidense. España se vio forzada a pedir un armisticio, y se firmó el Tratado de París, por el cual se renunciaba definitivamente a Cuba y se cedían a EE.UU.: Filipinas, Puerto Rico y Guam. Esta serie de fracasos son conocidos como el Desastre del 98.

[editar] Los últimos territorios, África (1898–1975)

Posesiones en el norte de África
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Posesiones en el norte de África

En 1778, se firmó el Tratado del Pardo, por el que los portugueses cedieron a España a cambio de territorios en Sudamérica la isla de Bioko y sus islotes cercanos, así como los derechos comerciales del territorio entre los ríos Níger y Ogoue.

En el siglo XIX, algunos exploradores, como Manuel de Iradier, cruzaron este límite.

En 1848, las tropas españolas conquistaron las Islas Chafarinas.

En 1860, tras la guerra contra Marruecos, este país cedió Sidi Ifni. Las siguientes décadas de colaboración franco-española implicaron el establecimiento y la extensión de protectorados españoles al sur de la ciudad, y la soberanía española fue reconocida en la Conferencia de Berlín de 1884: España administraba Sidi Ifni y el Sahara Occidental conjuntamente.

España reclamó también un protectorado en la costa de Guinea desde Cabo Bojador hasta Cabo Blanco. Río Muni se convirtió en un protectorado en 1885 y en colonia en 1900. Las reclamaciones conflictivas sobre Guinea fueron resueltas en el Tratado de París (1898).

Cadáveres en Monte Arruit. 8.000 soldados españoles murieron el 9 de agosto de 1921 en esta posición.
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Cadáveres en Monte Arruit. 8.000 soldados españoles murieron el 9 de agosto de 1921 en esta posición.

En 1911, Marruecos se dividió entre franceses y españoles. El Desastre de Annual (1921) fue una grave derrota militar infligida al ejército español, compensada años después por el desembarco de Alhucemas. Entre 1926 y 1959, Bioko y Río Muni estuvieron unidas bajo el nombre de Guinea Española.

España perdió el interés de desarrollar una extensa estructura económica en las colonias africanas durante la primera parte del siglo XX. Sin embargo, España desarrolló extensas plantaciones de cacao, para lo que se introdujo a miles de nigerianos como trabajadores. Los españoles también ayudaron a Guinea Ecuatorial a alcanzar uno de los mejores niveles literarios del continente y a desarrollar una red de instalaciones sanitarias.

En 1956, cuando el Protectorado francés de Marruecos se convirtió en independiente, España entregó el suyo al nuevo Marruecos independiente, pero mantuvo el control sobre Sidi Ifni, la región de Tarfaya y el Sahara Occidental. El rey de Marruecos, Mohamed V, estaba interesado en los territorios españoles y desató la Invasión del Sahara Español en 1958 por parte del ejército marroquí. Esta guerra fue conocida como Guerra de Ifni o Guerra Olvidada. Ese mismo año, España cedió a Mohamed V Tarfaya y se anexionó Saguia el Hamra (al norte) y Río de Oro (al sur) al territorio del Sahara Español.

En 1959, se le otorgó al territorio español del Golfo de Guinea el estatus de provincia española ultramarina. Como Región Ecuatorial Española, era regida por un gobernador general que ejercía los poderes militares y civiles. Las primeras elecciones locales se celebraron en 1959, y se eligieron los primeros procuradores en cortes ecuatoguineanos. Mediante la Ley Básica de diciembre de 1963, las dos provincias fueron reunificadas como Guinea Ecuatorial y dotadas de una autonomía limitada, con órganos comunes a todo el territorio (entre ellos un cuerpo legislativo) y organismos propios de cada provincia. Aunque el comisionado general nombrado por el gobierno español tenía amplios poderes, la Asamblea General de Guinea Ecuatorial tenía considerable iniciativa para formular leyes y regulaciones.

En marzo de 1968, bajo la presión de los nacionalistas ecuatoguineanos y de las Naciones Unidas, España anunció que concedería la independencia. Ya independiente en 1968, Guinea Ecuatorial tenía una de las mayores rentas per cápita de toda África. En 1969, debido a la presión internacional, España entregó Sidi Ifni a Marruecos. El dominio español en el Sahara Occidental duró hasta que en 1975 la Marcha Verde forzó la retirada española. El futuro de la antigua provincia española continúa siendo incierto.

Marruecos reclama las Islas Canarias, Ceuta, Melilla y las Plazas de soberanía como parte de su territorio. La Isla Perejil fue ocupada el 11 de julio de 2002 por la policía y las Fuerzas Armadas de Marruecos, siendo más tarde expulsados sin derramamiento de sangre por el ejército español en la Operación Romeo Sierra.

[editar] Territorios del Imperio español

[editar] América

Legado español: el mundo hispanoparlante
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Legado español: el mundo hispanoparlante

[editar] Asia

  • También existieron algunos asentamientos españoles en las islas de Nueva Guinea y Borneo.

[editar] África

[editar] Europa

La mayoría de los territorios europeos españoles se perdieron en 1710 en la Paz de Utrecht.

[editar] Oceanía

[editar] Administración del Imperio

Artículo principal: De Hispania a España

El matrimonio de los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) supuso una única dirección de ambos reinos bajo una administración superior única, el Consejo Real. Se unificó la hacienda (pero no los impuestos), la política interior y exterior, el ejército, las órdenes militares y la Inquisición, y, en lo que no afectase a estos temas, cada reino mantuvo su propia administración, moneda, leyes etc.

De esa forma, la formación de un estado unificado al estilo de las Naciones-Estado nunca llegó a ser una realidad en España. Los Reyes Católicos introdujeron un estado moderno absolutista en sus dominios, restringiendo el poder de la nobleza, organizando su gobierno en torno a los Consejos y dividiendo el país en Reales Audiencias como órganos superiores de justicia, y manteniendo los fueros y tradiciones de sus pueblos.

La organización administrativa de las nuevas conquistas en América parte con la incorporación de las Indias a la Corona Castellana a título de "descubrimiento" (res nullius), apoyados por la donación papal. Isabel la Católica, en su testamento, refuerza la pertenencia a esta corona. Sin embargo, será el Consejo de Indias y no el Consejo de Castilla el que asesore al rey sobre las nuevas tierras. Este Consejos se convirtió en el máximo órgano administrativo sobre las colonias. El comercio con América se centralizó en la Casa de Contratación de Sevilla, restringiéndose a ests los derechos comerciales sobre el nuevo mundo, lo que supuso un impulso demográfico para Sevilla, al obligar a los comerciantes españoles y extranjeros a establecerse en Sevilla.

A la muerte de los Reyes Católicos Carlos I de España, manteniendo formalmente a su madre como reina, pasó a gobernar las nuevas tierras. Las Indias fueron incorporadas definitivamente a la Corona de Castilla en 1519.

La situación se mantuvo similar durante el reinado de Felipe II, que hereda de su padre la Corona de España, pero no la del Sacro Imperio Romano Germánico y las posesiones de los Habsburgo. Bajo su reinado, se incluyó Portugal entre los dominios del rey de España, fundando el Gran Imperio Español. Sin embargo, la incorporación de Portugal fue dinástica, manteniéndose el Imperio Portugués y su estado. Bajo los llamados Austrias Menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) las Provincias Unidas alcanzaron una independencia de facto que les sería reconocida en 1648.

A la muerte de Carlos II, le sucede Felipe V. Dos años después de su toma de posesión, se presenta un nuevo pretendiente, Carlos de Austria, apoyado por Inglaterra y Austria, y esto provoca Guerra de Sucesión Española, que supuso, la pérdida de los reinos italianos y de lo que quedaba de los Países Bajos Españoles.

Tras la derrota del pretendiente austriaco a la sucesión del trono, el nuevo rey, Felipe V de España va publicando los decretos de Nueva Planta, diferentes para Aragón y Valencia (1707), Aragón (1711), Baleares (1715), y Cataluña (1716). En ellos, como castigo por su rebelión, deroga parte de los fueros y derechos de los territorios de la Corona de Aragón sobre los que considera tener derecho de conquista. Los decretos tenían matices y efectos diferentes según el territorio histórico (por ejemplo, Cataluña mantiene su derecho civil y parte de sus fueros e instituciones, mientras que Valencia no) y no afectaron ni al Valle de Arán, ni a Navarra ni a las Provincias Vascongadas, los cuales mantienen todos sus fueros por haber sido leales a Felipe de Anjou.

[editar] Por territorios

[editar] América y Filipinas

La organización de las Indias, dada su lejanía con la capital, dependía de los Virreyes y del Consejo de Indias, organismos autónomos que manejaban in situ el gobierno de las tierras.

[editar] Consejo de Indias
Artículo principal: Consejo de Indias

El Consejo de Indias, desde su fundación en 1624, fue el máximo órgano administrativo de las colonias. Entre sus funciones estaban:

  • En el Gobierno Temporal: toda la administración gubernativa compete al Consejo de Indias:
    • Planificación y proposición al Rey de las políticas relativas al Nuevo Mundo (poblamiento, relación con los aborígenes, comercio, etc.).
    • Organización administrativa de las Indias, ya sea con la creación de nuevos Virreinatos, nuevas Gobernaciones, etc., y su autonomía respecto de la metrópoli.
    • Proposición al Rey de los cargos de grandes autoridades americanas (Virreyes, Gobernadores, Oidores, etc.).
    • Tutela del buen funcionamiento de las autoridades, dictando medidas de probidad administrativa y nombrando un Juez de Residencia para que realice el respectivo Juicio de residencia.
    • Revisión a diario de la correspondencia que viene de América y demás posesiones. Así mismo, autorización de la exportación o importación de libros a América.
    • Desde 1614, autorización de la aplicación de la legislación castellana en las Indias.
    • Aprobación o rechazo de la legislación originada en América.
    • Elaboración de las normas que regirían en Indias y que eran dictadas por el rey como Reales Cédulas o Reales Provisiones (similares a las Reales Cédulas pero más solemnes).
  • En Gobierno Espiritual: preocupación por materias de orden espiritual, analizando los derechos otorgados por la Santa Sede, así por ejemplo:
    • Ejercicio del Derecho de presentación.
    • División de los Obispados.
    • Revisión de las Bulas Papales; en conformidad, se les da Exequatur o Pase Regio; sin éste no se cumplen las bulas.
    • Examen de las disposiciones de la Iglesia en América y de los Sínodos; estos no se cumplen sin la aprobación del Consejo de Indias.
  • Durante la Guerra:
    • Reunión con el Consejo de Guerra en la Junta de Guerra de Indias (1600), elaborando las estrategias militares. A fines del siglo XVI y principios del siglo XVII se integran en esta junta los «ministros de capa y espada» (Consejeros militares).
  • En Hacienda:
    • Examen de las cuentas de los oficiales reales.
  • En Justicia:
    • Era el más alto tribunal en América y para los efectos de administrar justicia, se reunía el consejo en una sala de justicia, integrado por ministros letrados. En esta materia, el Consejo era absolutamente independiente, incluso del Rey.
    • Conocimiento de ciertos asuntos criminales (delitos cometidos en la «carrera de Indias», evasión tributaria, delitos de comiso por contrabando).
    • Conocimiento de las apelaciones en lo civil, de que habría conocido la Casa de Contratación cuando la suma disputada fuera superior a 40.000 maravedíes.
    • Conocimiento de las apelaciones de los Juicios de residencia.
    • Conocimiento del Recurso de segunda suplicación.
    • Excepcionalmente en sala de gobierno: conocimiento del Recurso de injusticia notoria.

[editar] Casa de Contratación de Indias
Artículo principal: Casa de Contratación de Indias

Se convirtió en la responsable del aprovechamiento económico de las colonias americanas. Entre sus responsabilidades figuraba el cobro de los impuestos al comercio con América (entre ellos, el famoso Quinto Real), y tenía competencias en asuntos de política poblacional.

Establecida primero en Sevilla y luego en Cádiz, éstos fueron los puertos obligados de salida y entrada para el comercio de Indias. La prohibición de comerciar con América impuesta a los demás puertos españoles fue la base del crecimiento y prosperidad primero de Sevilla y luego de Cádiz, al obligar a los comerciantes españoles y extranjeros a establecerse en el puerto base de la Casa de Contratación si deseaban comerciar con América. Esto hizo que las colonias forasteras (castellanos, vascos, catalanes, gallegos, valencianos, etc.) y extranjeras (genoveses, franceses, etc.) fuesen importantes en Sevilla y Cádiz.[9]

[editar] Radios jurisdiccionales

Reyes Virreinato Real Audiencia
Casa de Austria Virreinato de Nueva España
Virreinato del Perú
Casa de Borbón Virreinato de Nueva Granada
(1717–1723; 1739–1810)
Virreinato del Río de la Plata
(1776)

[editar] Corona de Aragón

La integración de los territorios de la Corona en la nueva monarquía estuvo marcada por el poder hegemónico de Castilla. Como en todos los territorios no incorporados en la estructura castellana (Flandes, Indias, Nápoles, Sicilia, Navarra, Vizcaya, etc.), el Consejo de Aragón y el virrey se convierten en el centro de la administración. El Consejo Supremo de Aragón era un órgano consultivo de la corona creado en 1494, a raíz de una reforma en la cancillería real realizada por Fernando el Católico, que desde 1522 estaría integrada por un vicecanciller y seis regentes, dos para el reino de Aragón, dos para el reino de Valencia y dos para el Principado de Cataluña, Mallorca y Cerdeña. Por su parte, los virreyes asumieron funciones militares, administrativas, judiciales y financieras.

Los conflictos entre las instituciones locales y los reyes absolutistas se sucedieron a lo largo de los siglos modernos, hasta la Guerra de Sucesión. En 1521 tenían lugar las Germanías, un movimiento surgido en Valencia entre la incipiente burguesía contra su aristocracia, que se extendió hasta 1523. En Mallorca tuvo lugar en los mismo años otro movimiento similar, dirigido por Joanot Colom. La derrota final de los agermanados supuso una fuerte represión y la reafirmación del dominio señorial. Asimismo, en 1569, todos los diputados de la Generalitat de Cataluña eran encarcelados bajo la acusación de herejía, en el marco de la disputa por el pago del impuesto del excusado.

En 1591, tuvieron lugar las «turbaciones de Aragón», generadas cuando el Justicia de Aragón se niega a entregar a Felipe II al ex-secretario del rey, Antonio Pérez, condenado por la muerte del secretario de don Juan de Austria, que se había refugiado en Aragón. El monarca transgredió todos los privilegios aragoneses para apresarlo e incluso hizo ejecutar al Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza.

Durante el siglo XVII, las tensiones fueron bastante mayores. Las necesidades financieras de los monarcas les condujeron a intentar aumentar por todos los medios la presión fiscal sobre los territorios de la Corona de Aragón, tratando de igualar los impuestos en toda España. Pero los fueros garantizaban importantes protecciones frente a las pretensiones reales. Los proyectos de Unión de Armas de Olivares, que buscaban que los otros reinos compartieran las cargas bélicas de Castilla, son un ejemplo de ello.

Tras entrar en guerra la corona con Francia en 1635, el despliegue de los tercios sobre Cataluña generó graves conflictos, que desencadenaron la Guerra de los Segadores en 1640. La Generalitat de Cataluña, tratando de dominar la sublevación popular, declara la formación de una República catalana, pero, ante la imposibilidad de mantenerla, nombra a Luis XIII de Francia conde de Barcelona. El conflicto terminó con la Paz de los Pirineos (1659), por la cual el condado del Rosellón y la mitad norte del condado de la Cerdaña pasaban para siempre a dominio francés y Francia devolvía a España la Cataluña del sur de los Pirineos. Felipe IV no tomó ninguna represalia ante la traición catalana. A finales del siglo, en 1693, estallaría también en Valencia la Segunda Germanía, un alzamiento campesino y antiseñorial en torno a la partición de las cosechas.

Tras el reinado de Carlos II, la Guerra de Sucesión Española dividió el país. La antigua Corona de Aragón fue partidaria del Archiduque Carlos de Austria, cuya derrota acarrearía la supresión de sus instituciones y fueros y la extensión de la organización administrativa del Reino de Castilla por los Decretos de Nueva Planta.

[editar] El impacto sobre los amerindios

El coste de las conquistas españolas fue duro: la población amerindia pasó de 80 millones al comienzo del siglo XVI a 12 millones sólo años después, en consecuencia a las enfermedades propagadas por los colonizadores (contra las que no tenía defensas naturales), a las masacres durante la conquista y a las deportaciones y trabajos forzados posteriores.

La defensa de los derechos de los indígenas tuvo en la Escuela de Salamanca y en Bartolomé de las Casas sus máximos exponentes. En la Junta de Valladolid de 1550, y pese a la oposición de Juan Ginés de Sepúlveda, se dictaminó que los indígenas tenían alma.

Previamente, el testamento de la reina Isabel la Católica había declarado a los amerindios súbditos de la Corona de Castilla, y por tanto, no susceptibles de esclavitud, lo que propició la llegada de esclavos negros de África. Sin embargo, esta protección legal fue más teórica que práctica y se establecieron sistemas de trabajos forzados: mita (tributo en trabajo al rey) y encomienda (feudos explotados por un encomendador). Sólo donde la población indígena había sido eliminada casi por completo (Brasil, el Caribe), la mano de obra negra fue realmente abundante.

En el siglo XVII, los jesuitas establecieron misiones o «reducciones» en la zona fronteriza entre el Brasil portugués y la América española con el propósito de evangelizar la región. Dichas reducciones gozaron de una gran autonomía, inspiradas en las libertades y fueros de las ciudades, aunque adaptadas al modo de vida indígena. Su existencia no fue muy bien vista por los colonos, especialmente los portugueses de Brasil, siendo motivo de tensión en la región. Tras la expulsión de los jesuitas con Felipe V, fueron desmanteladas.

A pesar de todo lo anteriormente citado, cabe destacar que la sociedad hispanoamericana tenía un fuerte componente mestizo que no se halla en las colonias francesas o británicas.

[editar] Véase también

[editar] Bibliografía

  • Balfour, Sebastian. El fin del Imperio Español (1898–1923). Editorial Crítica. ISBN 8474238153
  • Carnicer García, Carlos J. y Marcos Rivas, Javier. Espías de Felipe II: Los servicios secretos del imperio español. Editorial La Esfera de los Libros, S.L. ISBN 849734278X
  • Klein, Herbert S. (1994). Las finanzas americanas del imperio español, 1680–1809. Edita Instituto Mora y UAM-Iztapalapa. ISBN 968-6914-23-4
  • Thomas, Hugh. El imperio español: de Colón a Magallanes. Editorial Planeta, S.A. ISBN 8408049518

[editar] Referencias

  1. Henry Kamen - La aventura de la Historia, nº 76, febrero de 2005, Arlanza Ediciones, S.A., Madrid
  2. Carlos Carnicer y Javier Marcos, «Felipe II instó el asesinato de Guillermo de Orange», nº 89 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, marzo de 2006
  3. J. Díez Zubieta, Recensión sobre el libro de Ramiro Feijoo Corsarios berberiscos, nº 61 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, noviembre de 2003
  4. Mariano González Arnao, «A prueba de piratas», nº 61 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, noviembre de 2003
  5. Carlos Gómez-Centurión, La Armada Invencible, Biblioteca Básica de Historia —Monografías—, Anaya, Madrid, 1987, ISBN 84-7525-435-5
  6. Quesada Fernando, Los mitos de Rocroi, nº 97 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, noviembre de 2006
  7. a b c d María Alonso Mola, El rey melancólico del dossier «Llegan los Borbones», nº 25 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, noviembre de 2000.
  8. José Luis Gómez Urdáñez, Ensenada, la meritocracia al poder, nº 43 de La aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, mayo de 2002
  9. Manuel Bustos Rodríguez. Historia de Cádiz, Vol. II (Los siglos decisivos). Editorial Silex, Madrid, 1990, ISBN 84-7737-031-1

[editar] Enlaces externos

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