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Reales Fábricas de Liérganes y La Cavada

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Las Reales Fábricas de Liérganes y La Cavada fueron unas importantes instalaciones fabriles de altos hornos situadas en las poblaciones cercanas entre sí de Liérganes y La Cavada, en los municipios de Liérganes y Riotuerto, en Cantabria (España). Produjeron durante casi dos siglos elementos de artillería y munición de hierro.

Tabla de contenidos

[editar] Sus inicios

Fue fundada en sus inicios en Liérganes por Jean Curtius (o Curçios), industrial de Lieja y proveedor de los ejércitos españoles en (Flandes) tras varios años de litigios con el Señorío de Vizcaya, primera alternativa de localización de la fábrica. En un principio, a partir de 1616 aprovecha la ferrería de La Vega sobre el río Miera y empieza a construir las fraguas, hornos, carboneras y muros exteriores del complejo fabril. El 9 de julio de 1622, una Real Célula aprueba un generoso contrato que garantizaba a Curtius el monopolio de la fabricación de numerosos productos. Para su trabajo se traen de Flandes numerosos oficiales fundidores. La localización de la fundición respondía a criterios de aprovisionamiento de materia prima en los bosques cercanos, a priori inagotables, el caudal abundante y regular del encajado río Miera durante seis a ocho meses al año (diferente al de la actualidad y en su mayor parte modificado por la propia actividad de deforestación de las fábricas en los montes de la cabecera del Miera), las cercanas salidas de los productos a los astilleros de Camargo y el puerto de Santander en el Mar Cantábrico y la proximidad a minas de hierro, canteras y tierras de arena y barro, así como la abundante mano de obra. Desde el inicio de la actividad las fábricas de Liérganes y La Cavada llevaban seis tipos de clientelas principales para su producción militar: la marina de guerra española, el ejército, las fortalezas en plazas peninsulares y de ultramar, los armadores de la marina mercante y de corso y las exportaciones a otros países, siempre que estos no fueran infieles ni a otro ningún enemigo de la Corona, sino a amigos y confederados de ella, prefiriendo siempre amigos, vasallos y súbditos fieles[1].

El arco conmemorativo de Carlos III en La Cavada sirvió de entrada al complejo fabril. La imagen es del año 1890, cuando ya las instalaciones se encontraban abandonadas
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El arco conmemorativo de Carlos III en La Cavada sirvió de entrada al complejo fabril. La imagen es del año 1890, cuando ya las instalaciones se encontraban abandonadas

En 1628 se concluye la construcción de dos altos hornos y ese mismo año Curtius se ve obligado a ceder sus derechos a un consorcio integrado por el contador Salcedo Aranguren, Jean de Croy, Charles Baudequin, y Jorge de Bande, un luxemburgués inteligente y hábil. A la muerte de Curtius, este último supo desplazar a sus socios yse hizo con la dirección de la empresa.

Entre 1635 y 1640 las Reales Fábricas alcanzaron una alta producción fruto de la demanda de armamento de la Monarquía española con el fin de mantener a la España de Felipe IV como gran potencia europea y poder controlar las rutas marítimas hacia Flandes. Se fundieron en este periodo un total de 939 cañones de calibres superiores, 195.000 balas, 4.010 bombas y unas 8.500 granadas. El aumento de la demanda supuso la instalación entre 1635 y 1637 de otros dos altos hornos (factoría de Santa Bárbara) en el Concejo de Riotuerto, lo que hoy es la localidad de La Cavada, a cinco kilómetros de Liérganes, acompañado de nuevas innovaciones tecnológicas.

La derrota naval de las Dunas y los alzamientos de Cataluña y Portugal significaron un debilitamiento de la demanda de cañones para la armada. La sobreproducción de la fábrica cambió los esfuerzos de fabricación que se dedicaron a las municiones y pólvora frente a la artillería. La conveniencia de instalar otra fábrica cerca del Rosellón, teatro de operaciones francoespañol, hizo a Jorge de Bande levantar otras instalaciones en Molina de Aragón.

[editar] Dos direcciones

A la muerte de Bande (1643), ya enriquecido enormemente, su mujer doña Mariana de Brito, dirigió la fundición operada por los técnicos flamencos (cerca de setenta familias se asentaron en la zona) alcanzando altos rendimientos.

El estancamiento de la producción de la fábrica a partir de este periodo fue latente, provocado por la conclusión de las políticas guerreras del gobierno español y la reducción de márgenes de beneficios impuesto por el estado. El insostenimiento por parte de Mariana de Brito de los nuevos precios y la iminente caduca del asiento de la fábrica hizo incorporar a Diego de Noja y Castillo como asentista de la fábrica de Liérganes y a doña Mariana a la de La Cavada. La situación de escasa demanda estatal fue ligeramente atenuada por la compra de piezas por Holanda, enfrentada a Inglaterra, y por medios particulares. Sin embargo, se sufrieron frecuentes crisis y paros en la producción que no serían superadas hasta 1716. En 1661 se incorporan a la dirección de la fábrica los hijos de Mariana de Brito (fallecida en 1673): Juan y José de Olivares, quedando finalmente Juan a cargo de la fábrica de La Cavada y José con la de Molina de Aragón. Al fallecimiento de Diego de Noja, su nieto Pedro de Helguera Alvarado ocupó su puesto. De esta forma las familias Noja y Olivares fueron dirigiendo las fábricas de Liérganes y La Cavada respectivamente haciendo cada una la mitad de las entregas oficiales, aunque en la realidad fue la de Liérganes algo superior. La innovación tecnológica en este periodo vino de la mano de la munición terrestre: morteros y bombas fueron de interés para la guerra y el asedio. Y todo ello hasta el año 1715.

[editar] El periodo expansivo

De 1716 a 1800 vino la gran época de las fábricas, asentada en la importante expansión de las rutas del Atlántico y el mayor crecimiento de la armada española por la protección de los barcos que hacían las rutas por las indias. De 1716 a 1800 se construyeron en España, no sin problemas, un total de 103 navíos de línea con más de 6.900 cañones. En 1773 la armada española disponía de 60 navíos con más de 6.000 piezas de artillería. No obstante, se perdieron 49 buques entre 1761 a 1805 sobre todo por combates navales. Esta época fue el gran despegue de los cañones de hierro colado y supuso un renombrado prestigio para las piezas hechas en las Reales Fábricas de Liérganes y La Cavada por su ligereza y seguridad. Las dos factorías de Liérganes y La Cavada son regidas en esta época por el nieto de Mariana de Brito, Nicolás Xavier de Olivares que alcanzó los niveles de producción en época de Jorge de Blande. Es en este tiempo cuando las Reales Fábricas realiza además las cañerías de las fuentes de Aranjuez y San Ildefonso, importantes por el volumen de fundición. En 1738 el hijo de Nicolás Xavier, Joaquín, se hizo cargo del asiento de los Altos Hornos y alcanza en 1742 el título de Marqués de Villacastel. En esta época fueron asignados privilegios y prerrogativas a los asentistas y operarios de las fábricas, algo que no gustó a los habitantes de las localidades y que fue origen de problemas de convivencias. Se inaugura un nuevo horno y un reverbero con el que se alcanza los máximos volúmenes de producción de la historia de las fábricas (1756-59) con 800 piezas de artillería y obra civil y 400.000 piezas de munición [2]. En 1759 muere Joaquín y posee las fábricas de Liérganes y La Cavada su hija María Teresa del Pilar que se casaría con el conde de Murillo.

[editar] La nacionalización de las instalaciones

Con la llegada de Carlos III en 1759 se revocan los privilegios concedidos a los Villacastell, se intervienen y expropian las fábricas y se nombra director de las Reales Fábrica de La Cavada al teniente coronel Vicente Xiner. María Teresa del Pilar y el conde Murillo son compensados con una cantidad importante a pagar por la Corona: más de cinco millones de reales. La poca autonomía de las Reales Fábricas, ya estatales, frente a la iniciativa privada introdujo dificultades en su desarrollo tanto de gestión como de producción e innovación. Los hornos redujeron su volumen de producción y las innovaciones tecnológicas en países como Inglaterra fueron complemento a su deterioro. La producción de cañones que necesitaba la flota española (diez mil piezas de 1764 a 1793) no se consiguió, llegando únicamente a las 6.000 unidades. Se recurrió a la producción de excedentes en Inglaterra para alcanzar el programa naval de armamento hasta la guerra de España con este país en 1778.

Las directrices y experimentos técnicos del Cuerpo de Artillería del Ejército en la fábrica de La Cavada supuso un fracaso en la calidad de las piezas[3] y un desecho de armamento inútil. Todo ello provocó un estrangulamiento de la hacienda.

En 1781 es encomendado al Ministerio de Marina la dirección de la fábrica de La Cavada y se vuelve a los antiguos métodos de fundición de los años de Villacastel. Se consiguen buenos resultados y se construye en 1783 un cercado de tapia alrededor de todo el complejo y un arco triunfal a modo de portada que daba entrada a la fábrica y que aún se conserva en La Cavada. A partir de 1787 se vuelven a fundir en los hornos objetos para la industria privada, como escudos, piezas de maquinaria, caños, herramientas para obras en caminos, etc. En 1792 se introducen importantes reformas en los hornos de Liérganes.

[editar] El declive

El navío Santísima Trinidad, que con sus 4 puentes y 140 cañones, fabricados en La Cavada, fue el mayor de su época, hundiéndose en la Batalla de Trafalgar. La artillería naval española y sus municiones procedían en su mayor parte de las fábricas de Liérganes y La Cavada.
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El navío Santísima Trinidad, que con sus 4 puentes y 140 cañones, fabricados en La Cavada, fue el mayor de su época, hundiéndose en la Batalla de Trafalgar. La artillería naval española y sus municiones procedían en su mayor parte de las fábricas de Liérganes y La Cavada.

El declive de la marina española con la derrota en la batalla de Trafalgar afectó a la fábrica que entró en crisis de sobreproducción y desde los últimos años del siglo XVIII su producción cae en picado por tres factores: falta de demanda de la Marina Real, escasez de dinero y falta de carbón.

La Marina de guerra española experimentó una vertiginosa reducción de sus buques debido a los hundimientos en confrontaciones con el imperio inglés. Así, y según José Alcalá-Zamora[4] en 1796 constaba de 77 navíos de línea, 66 en 1800, 39 en 1806, 21 en 1814, 7 en 1823 y 3 en 1830. Respecto al último factor, la Corona expidió una Célula que obligaba a que se dieran los montes a los precios acostumbrados, y que a petición de los asentistas se repararan los caminos para hacer el transporte de la madera. El abuso de estos privilegios provocó el recelo de los habitantes y la desaparición de las ferrerías de la zona. En 1754 y con el fin de asegurar el aprovisionamiento de madera, el marqués de Villacastel decide ampliar el área de restricción forestal a cinco leguas de radio y tal fue la búsqueda desesperada de carbón que se extrajo madera de los bosques de Espinosa de los Monteros, construyendo en 1796 un resbaladero de troncos en Lunada de 2400 metros de longitud para el que se emplearon 2000 hayas. Estuvo en servicio poco tiempo ya que para el año 1800 no tenía actividad[5]. Otra medida fue la prohibición, con severos castigos a los vecinos, del corte de árboles en los montes. El libro de José Alcalá-Zamora, Historia de una empresa siderúrgica española: Los Altos Hornos de Liérganes y La Cavada, 1622-1834, cuenta un suceso ocurrido el 27 de mayo de 1784[6]:

Dos pobre labriegos, Antonio Cuesta y Manuel Gutiérrez, para hacer salir a un zorro que les había matado dos ovejas prendieron fuego a un matorral. A consecuencia, se quemó un quejigo, a pesar de los desesperados esfuerzos para evitarlo. El Tribunal de La Cavada, tras haberles incautado en los preliminares una sábana y otras prendas, como únicos bienes que tenían, les condenó a dos años de presidio en África, apercibiéndoles de que serían diez a la siguiente transgresión. Intervino Madrid, rebajando la pena a destierro por igual tiempo a seis leguas de su domicilio, atendiendo a la falta de ánimo y dolo y evidenciándose que el incendio se hizo para evitar continuase el riesgo de su ganado, único objeto de mantener aquellos infelices.

Estas prohibiciones en las cortas de leñas y maderas de los montes provocó las quejas y recursos de la muchedumbre que se veía perjudicada en la obtención de unos recursos para su subsistencia[7]y que a la larga supuso la deforestación de los montes orientales de Cantabria y Burgos, especialmente tras la incorporación de las fábricas a la Corona y la Ordenanza de la Marina de 1741.

En 1795 cierra, tras 160 años de actividad, la fábrica de Liérganes y produce las últimas piezas para la guerra contra Francia. Se ordena intentar utilizar carbón mineral para la fundición de La Cavada, algo que no se logró. A partir de 1800, solo funcionaban dos de los cuatro hornos disponibles, algo causado en gran parte por la escasez de materia prima [8]. Los años previos a la invasión napoleónica supuso una efímera reactivación del número de fundiciones entre 1806 y 1808. No obstante, su rendimiento seguiría siendo escaso.

La invasión francesa ocupó en sus inicios las Vascongadas y Navarra. La fábrica de La Cavada y Liérganes se convirtió en un punto estratégico de importancia. Con la llegada del ejército napoleónico a Santander el 23 de junio de 1808 las fábricas fueron poco ocupadas ya que los franceses necesitarían de una fuerte guarnición para poner en marcha unas fundiciones con escasa lealtad de sus operarios y una producción inútil para la ya muy reducida flota francesa. Además, la preocupación de las tropas imperiales de Napoleón era ocupar la costa ante la incertidumbre de una invasión inglesa. Con la Guerra de la Independencia llegó para la zona tiempos de penuria y hambre ante la dejadez en el cobro de sueldo de los operarios de las fábricas y la incorporación de los jóvenes al ejército. El rendimiento de la fábrica se redujo considerablemente. El apoyo de la fábrica de La Cavada a la causa del rey Fernando VII fue un hecho, prestando auxilio material clandestino a la guerrilla como a las tropas regulares.

Tras la Guerra de la Independencia, se hace cargo de las Reales Fábricas el ingeniero austriaco Wolfgango de Mucha con muchas penurias económicas. En 1818 se comienza una nueva fundición con resultados desastrosos. Con la llegada del Gobierno liberal y el impulso de los ayuntamientos, estos obstaculizaron las operaciones carboneras de La Cavada, tan denostadas por los aldeanos pues les impedían el uso libre de los bosques y la creación de tierras agrarias.

Las crecidas del río Miera en 1801 y 1834 hicieron que el caudal de sus aguas en la localidad de La Cavada superase el puente del Real Sitio, infraestructura que sirvió de entrada al recinto fabril.
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Las crecidas del río Miera en 1801 y 1834 hicieron que el caudal de sus aguas en la localidad de La Cavada superase el puente del Real Sitio, infraestructura que sirvió de entrada al recinto fabril.

Instaurado, de nuevo, el régimen absolutista de Fernando VII, siguió la fábrica su actividad sin conseguir producir a precios competitivos. Visto los resultados de la fundición muchos operarios comenzaron a buscar nuevos trabajos.

En deseo de privatización de las Reales Fábricas de La Cavada por el gobierno de Fernando VII no consiguió atraer el capital extranjero, más interesado en las zonas mineras asturianas. En 1831 el catedrático Gregorio González Azaola es nombrado director interino de las instalaciones de La Cavada. Conocedor de las nuevas industrias en Europa apoyadas en la minería del carbón, da por perdidas las viejas instalaciones reales.

Una inundación del río Miera en la tarde del 19 de agosto de 1834 destruyó las presas que movían las máquinas de La Cavada. Ya no se volvieron a reparar. Durante todo ese año las incursiones de las tropas carlistas saquearon las instalaciones. Esos dos hechos fueron el punto y final de unas fábricas que se cerraron en 1835.

Tras el abandono de las instalaciones en los años posteriores a 1830, los comarcanos se apresuraron a irse llevando todo lo que pudieron de los edificios y talleres, entre otras ideas, probablemente con la ingenua de impedir la restauración de las instalaciones. En 1881 casi no quedaba rastro ya de la fábrica[9].

[editar] Los trabajadores

La instalación de la fábrica de La Cavada supuso la llegada de técnicos provenientes de Flandes con el fin de difundir e instruir a los operarios españoles autóctonos la experiencia que aquellos tenían en el arte de la fundición. Estos grupos de especialistas fueron los que pusieron en marcha entre 1617 y 1628, con el decidido apoyo de la Corona, la fábrica de Liérganes y a cada dificultad o progreso en Europa se procuraba traer al personal más capacitado[10]. De tal forma que incluso todavía en 1679 era preciso conseguir nuevos técnicos flamencos porque no se había podido conseguir que los naturales de estos reinos se hubiesen aplicado a esta facultad.

Unas setenta familias vinieron a Liérganes y La Cavada a principios del siglo XVII para poner en marcha las fábricas de artillería y fueron el germen de cinco o seis generaciones de flamencos asentados en la región y trabajando alrededor de las instalaciones durante los siglos XVII y XVIII. Esta comunidad, que se favorecía de un monopolio en las funciones de la fundición, tuvo que sufrir durante 200 años un aislamiento por parte de los aldeaños próximos a las fábricas. Fueron objeto de reticencias, desvíos y malos tratos por parte de las gentes del lugar (posiblemente no tanto por los propios obreros que trabajaban en las fábricas) tratándolos, aún incluso a sus bisnietos, como extranjeros y formando una especie de linaje por casi endogamia forzosa y calificándolos de rabudos, término despectivo de la época con el que se aludía a los flamencos. Se les privaba de los oficios concejiles y honores sociales. Se les concedió el fuero de Artillería por ser conveniente en España pero existieron numerosos pleitos debido a la oposición de la población a que dispusiesen títulos de hidalguía. Durante años fueron constantes las contiendas entre lugareños y operarios para acentuar sutiles ventajas unos y suprimirlas los otros con el apoyo del Estado. Llegaron las ofensas incluso hasta en el momento de los entierros, como recoje un hecho un texto de un legajo recuperado en el libro de José Alcalá-Zamora:

...hasta en la misma iglesia les tienen lugar destinado para enterrar los cadáveres y se ha verificado el caso de que, habiendo fallecido una mujer del lugar de Rucandio en el de Riotuerto, cuya parroquia corresponde a La Cavada, advirtiendo los parientes de la difunta la daban sepultura cerca de donde la tienen los flamencos, exclamaron en tono y voces descompuestas dentro de la propia iglesia quería llevarla a su lugar, porque no era razón quedara una española junto a tan mala compañía.[11]

Estas injurias podían llegar en algunos casos a la extorsión y así lo denuncia en 1698 un tal Tomás Baldor, en nombre de sus compañeros, cuyos vecinos les tratan penándoles y entrando en sus habitaciones con violencia y sacándoles prendas para hacerse pago de las penas que les hacían.[12]

La descendencia de estos técnicos de Flandes, orgullosos de su trabajo, ha llegado hasta nuestros días. Sus apellidos, en su mayoría flamencos, pasaron a castellanizarse en el siglo XVIII. En Riotuerto, Liérganes o municipios limítrofes, es fácil encontrar hoy vecinos con algún apellido Arche, Baldor o Valdor, Del Val, Bernó, Cubria, Guate, Lombó, Marqué, Oslé o Uslé, Otí, Rojí, Roqueñí, Maeda, Sart, etc.

El número de trabajadores experimentaba cifras muy variables dependiendo de la época del año, siendo los meses de fundición el tiempo en que las fábricas requerían más empleados. Esta eventualidad de la mayoría de los trabajadores y los bajos sueldos obligaban a la realización simultánea de tareas agrícolas. La temporalidad también se reflejaba en los trabajos de minería, transporte y carboneo asociados a la producción de las instalaciones. La localización del complejo fabril en la zona presentó oportunidades de trabajo para las familias de Riotuerto, Liérganes, Entrambasaguas, Miera u otros municipios cercanos, extremadamente miserables y pobres. Estas espectativas supusieron el aumento sensible de población en la Junta de Cudeyo, antigua división comarcal. El crecimiento entre 1636 a 1750 fue de un 40%, hasta llegar a los 8000 habitantes. Las condiciones del trabajo tanto en la fábrica como en las minas y los montes eran muy duras[13], incorporándose mujeres y niños a muchas tareas. El sueldo, aun siendo bajo en comparación con otras fábricas de España, resultaba superior a la media de la región y suponían un interesante complemento a las tareas agrícolas en una zona pobre y miserable. José Alcalá-Zamora cuantifica en una media de 4,82 reales de vellón los salarios de los 274 operarios que trabajaban en las fábricas en marzo de 1799. No obstante, las diferencias eran muy grandes y así los ayudantes de fundición cobraban 800 reales al mes y un director 3.000.

[editar] Arqueología industrial

En la actualidad aún existen restos de las Reales Fábricas de Liérganes y La Cavada, aunque la mayor parte de las construcciones fabriles han desaparecido o sus restos han sido reutilizados para nuevas edificaciones.

Límite del antiguo recinto de la Real Fábrica de Artillería de La Cavada. (1) Puente (2) Portada de Carlos III (3) Edificios de la guardia y administrativo (4)Almacenes (5) Casa Redonda (6) Casas de operarios caballerizas (7) Retén de troncos y rampa (8) Canal (9) Puerta de Ceceñas
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Límite del antiguo recinto de la Real Fábrica de Artillería de La Cavada. (1) Puente (2) Portada de Carlos III (3) Edificios de la guardia y administrativo (4)Almacenes (5) Casa Redonda (6) Casas de operarios caballerizas (7) Retén de troncos y rampa (8) Canal (9) Puerta de Ceceñas
Una diligencia cruzando el antiguo puente de La Cavada sobre el río Miera. Finales del siglo XIX.
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Una diligencia cruzando el antiguo puente de La Cavada sobre el río Miera. Finales del siglo XIX.

En La Cavada se puede ver restos de los cierres del complejo que pudo llegar hasta la cercana población de Los Prados. Existe un alto muro de mampostería junto a la carretera al pueblo de Rucandio el cual se especula que sirvió también de cerco al recinto. No obstante, esta construcción no aparece en los planos originales del Real Sitio y alguna fuente [14] propone que pudieran ser restos de un malogrado proyecto de Wolfgang de Mucha para el suministro de madera junto a los retenes del río Miera y la rampa de arrastre de troncos. Por otra parte también cabría la alternativa de que pudieran responder a un cierre levantado con materiales de la antigua fábrica y relacionado con un parque de carbones vinculado a la antigua fábrica textil de La Cavada. La portada de entrada en honor a Carlos III, declarada Bien de Interés Cultural en 1985, es una de las tres puertas que tenía el recinto junto con la de Ceceñas y la de Liérganes, responde a un estilo neoclásico, con arco de medio punto, pilastras a ambos lados y frontón triangular en el que se lee la inscripción Carlos III Rey. Año 1784. Los sillares se encuentran soldados por coladuras de plomo y hierro. El puente sobre el río Miera y que daba acceso al recinto del Real Sitio fue levantado en el siglo XVII. La estructura sufrió diferentes daños a causa de las avenidas, en especial las de los años 1801 y 1834. En 1999 el puente fue afectado por una importante transformación con motivo de la ampliación de la carretera a Liérganes. Actualmente también se pueden apreciar estructuras verticales llamadas retenes levantadas en el cauce del Miera y que permitían agrupar la madera que circulaban a favor de la corriente y que era incorporada al río desde el resbaladero de Lunada a 20 km del retén, lugar desde donde llegaba la madera de los montes de Espinosa de los Monteros y Quintanilla. Estos retenes tenían una potente cimentación y el cuerpo estaba construido con cantos y mortero. Existieron al menos cinco retenes en una doble hilera diagonal y que originariamente tendrían un entablado de madera en su parte superior a modo de puente. Entre los pilares se levantaba una celosía de madera que cumplía la función de retener los troncos. Estos eran desalojados a través de una rampa que todavía es observable. El transporte de troncos por el río supuso la ejecución de obras en el cauce del Miera en el que se barrenaron grandes rocas, se rellenaron pozos y se encauzó el río en algunos tramos. Las medidas de los troncos debían presentar un estándar de siete pies de largo (195 cm) con un extremo menos grueso con el fin de evitar el bloqueo del cauce. Entre las viviendas se conservan la Casa del Puente, construcción junto al Miera y fuera de la fortificación, que pudiera estar destinada la guardia, las casas de la calle de Arriba, edificios para el alojamiento de operarios y para caballerizas, un edificio de viviendas junto al antiguo arco de Carlos III y que podría cumplir la función de conserjería u oficinas administrativas, y la Casa Redonda o El Palacio, cuya edificación principal ha desaparecido y solo se conserva la capilla, ya muy transformada. Existen también restos de algunos almacenes y hornos, contrafuertes y paramentos sobre el río que servían de estructura defensiva y protegía de las avenidas, túneles, restos de presa y canales.

El 13 de abril de 2004 el conjunto histórico es declarado Bien de Interés Cultural. El 27 de julio de 2006 se inauguró en La Cavada un museo que recoge la actividad llevada acabo por estas instalaciones en la fundición de cañones que se emplearon en la Armada Real Española y en todo el Imperio. En dicho museo se puede observar cañones, las diferentes municiones utilizadas, maquinaria, escudos nobiliarios y diversas maquetas tanto de barcos como de las instalaciones.

Por otra parte, en la población de Liérganes se conservan diversas casonas de los siglos XVII y XVIII como la Casa de los Cañones, recuerdo de una época de auge económico apoyada en la fábrica de artillería.

[editar] Referencias

  1. Asiento de 9 de julio de 1622 referenciado por José Alcalá-Zamora
  2. También había aumentado el número de cañones en los buques de guerra de primera clase, pasando de 30, 40 o 60 piezas en 1630 a 74, 90 ó 120 en el primer tercio del siglo XVIII, según José Alcalá-Zamora
  3. Ensayos aparte, los cañones españoles fundidos en La Cavada ya tenían buena fama por su calidad, a pesar de su escaso ornato, y por poseer la ventaja de avisar antes de explotar porque se desquebrajaban cuando estaban a punto de estallar, lo cual daba tiempo al artillero a alejarse. No obstante carecerían hasta Trafalgar de buenas llaves de fuego para el disparo de las piezas.
  4. Historia de una empresa siderúrgica española: Los Altos Hornos de Liérganes y La Cavada, 1622-1834, pag. 53
  5. El resbaladero de Lunada de J. Ignacio López. Boletín número 10 del Museo de las Villas Pasiegas.
  6. Historia de una empresa siderúrgica española: Los Altos Hornos de Liérganes y La Cavada, 1622-1834, pag. 46
  7. D. Gaspar de Jovellanos a sus compatriotas: Memoria en que se rebaten las calumnias divulgadas contra los individuos de la Junta Central y se da razón de la conducta y opiniones del autor desde que recobró su libertad.
  8. Diego Prieto, segundo comandante de la fábrica, hablaba de las asoladas y calvas montañas que nos circulan en una carta a Godoy en 1802 referenciada por José Alcalá-Zamora
  9. Viñetas del sardinero : relaciones de José Ortega Munilla.
  10. En el primer asiento de 1622, y en relación a la actitud de guarda celosa de los conocimientos de algunos fundidores extranjeros, se lee este texto recogido por la obra de José Alcalá-Zamora: Que haya de tener y tenga en los dichos de sus Ingenios y oficinas ordinariamente gente natural de estos reinos, a quienes enseñe y haga pláticos en el arte y uso de ellos y en las fundiciones y demás cosas que labran y por lo menos ha de ser natural la mitad de la gente que en esto se ocupare.
  11. Historia de una empresa siderúrgica española: Los Altos Hornos de Liérganes y La Cavada, 1622-1834, pag. 56
  12. Reales determinaciones recogidas en Historia de una empresa siderúrgica española: Los Altos Hornos de Liérganes y La Cavada, 1622-1834, pag. 56
  13. A modo de constancia, en el artículo Arquitectura antigua: Las Neveras de Virgilio Fernández Acebo dentro del Boletín número 5 del Museo de las Villas Pasiegas se hace referencia a la utilización de las neveras de Alisas por la demanda de hielo de las fábricas de cañones de Liérganes y La Cavada, que generaban gran cantidad de quemados y otros heridos.
  14. Carta arqueológica del Municipio de Riotuerto

[editar] Bibliografía

[editar] Enlaces externos

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