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Filosofía de la Historia - Wikipedia, la enciclopedia libre

Filosofía de la Historia

De Wikipedia, la enciclopedia libre

La Filosofía de la Historia es la rama de la filosofía que concierne al significado de la historia humana, si es que lo tiene. Especula un posible fin teleológico de su desarrollo, o sea, se pregunta si hay un diseño, propósito, principio director o finalidad en el proceso de la historia humana.

La filosofía de la historia se pregunta al menos estas tres cuestiones básicas:

  • ¿Cuál es el sujeto propio del estudio del pasado humano? ¿El individuo? ¿La polis (el estado o territorio soberano? ¿La civilización o cultura? ¿O acaso la especie humana por entero? Más ampliamente incluso, algunos filósofos modernos creen que la historia no es tanto el estudio de unidades como algo mucho más holístico, que comprende el conocimiento humano, sus actitudes, motivaciones y relaciones. Collingwood precedido por Benedetto Croce, por ejemplo, creen que el pensamiento de los agentes históricos es un concepto fundamental de la investigación histórica.
  • ¿Hay algún tipo de pautas que puedan encontrarse a través del estudio del pasado humano, por ejemplo ciclos o idea de progreso?, ¿O acaso no hay ni pautas ni ciclos, como si la historia humana careciera de cualquier sentido?
  • Si existe el progreso en historia ¿cuál es su dirección? ¿Es positiva, o negativa y decadente? Y ¿Cuál es la fuerza directriz de ese progreso?

No debe confundirse la Filosofía de la Historia con otras disciplinas confluyentes:

Tabla de contenidos

[editar] Objeto de estudio

En Poética, Aristóteles había argumentado que la poesía es superior a la historia, ya que habla de lo que debe o debería ser verdad más que lo que simplemente lo es. Por tanto, los historiadores clásicos sienten el deseo de ennoblecer, embellecer el mundo real. Herodoto o Plutarco inventan libremente los discursos de los personajes históricos y eligen los temas históricos con vistas al aprovechamiento moral del lector. Se supone que la Historia debe enseñar buenos ejemplos a seguir. Desde la Época Clásica hasta el renacimiento, los historiadores alternan entre enfocar los temas para mejorar la humanidad o respetar los hechos. La historia se compone principalmente de hagiografías, de enaltecimiento de los reyes o poesía épica que describe gestos heroicos como la Canción de Roldán. En el siglo XIX, los historiadores se orientaron al positivismo concentrándose lo más posible en los hechos, pero todavía teniendo en cuenta la capacidad de instruir y mejorar. Desde Fustel de Coulanges y Theodor Mommsen, los estudios históricos toman su forma científica moderna. En la era victoriana, el debate historiográfico ya no residía en si la historia debería influir positivamente en el lector, sino qué causas influían en la historia y cómo entender el cambio histórico

[editar] Historia cíclica y lineal

La concepción mítica del tiempo no es lineal, sino cíclica. Ejemplos son la antigua doctrina del eterno retorno, que existía en el Antiguo Egipto, las religiones dhármicas o, entre los griegos, los pitagóricos y los estoicos. Hesiodo (Los trabajos y los días) describe cinco edades del hombre: la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Bronce, la Edad Heroica y la Edad de Hierro, que comienza con la invasión de los Dorios. Platón también escribe sobre el mito de la Edad de Oro. Los antiguos griegos creían en una concepción cíclica de las formas de gobierno, en las que cada régimen necesariamente cae en su forma corrupta (aristocracia, democracia y monarquía eran los regímenes sanos; oligarquía y tiranía los corruptos).

En Oriente se desarrollaron teorías cíclicas de la Historia en China (teoría del ciclo dinástico), y en el mundo islámico (Ibn Khaldun).

Judaísmo y cristianismo sustituyeron dichos mitos por el concepto bíblico de la Caída del Hombre o expulsión del Jardín del Edén, que proporciona la base de la teodicea, que intenta reconciliar la existencia del mal en el mundo con la existencia de Dios, creando una explicación global de la historia con la creencia en una Edad Mesiánica. La teodicea propone que la historia tiene una dirección de progreso tendente a un fin escatológico (como el Apocalipsis) previsto por un poder superior. Agustín de Hipona, Tomás de Aquino o Bossuet (Discurso sobre la Historia Universal, 1679) formulan tales teodiceas. Leibniz, que acuñó el término, propuso la suya propia: basó su explicación en el principio de razón suficiente, que proclama que todo lo que ocurre lo hace por una razón específica. Por tanto, lo que el hombre ve como mal (guerra, enfermedad, desastres naturales) es sólo un efecto de su percepción. Si se adopta el punto de vista de Dios, esos malos acontecimientos forman parte de un plan divino más amplio. La teodicea explica la necesidad del mal como un elemento relativo que forma parte de un conjunto mayor: el plan de la historia. El principio de razón suficiente de Leibniz no es un gesto de fatalismo. Enfrentado al antiguo problema del futuro contingente, Leibniz desarrolla la teoría de los mundos compasibles, distinguiendo dos tipos de necesidad, para evitar el problema del determinismo.

Durante el Renacimiento las concepciones cíclicas de la historia se hicieron comunes para explicar la decadencia del Imperio Romano. Son ejemplo los Discursos sobre Tito Livio de Maquiavelo. La noción de Imperio contiene en sí misma su ascenso y su caída, como explicita Edward Gibbon en Historia del declive y caída del Imperio Romano (1776) (incluido por la Iglesia Católica en el Índice de libros prohibidos).

Las concepciones cíclicas se mantuvieron en el siglo XIX y XX por autores como Oswald Spengler, Nikolay Dnilevsky y Paul Kennedy, que concebían el pasado humano como una repetitiva serie de ascensos y caídas. El primero, que escribie tras la Primera Guerra Mundial, creía que una civilización entra en una era de cesarismo tras la muerte de su alma. Pensaba que el alma occidental había muerto y que el cesarismo estaba a punto de comenzar.

McGaughey (Cinco épocas de civilización) ve la historia humana como una continua historia de creación relacionada con el desarrollo de la sociedad humana, contada en sucesivos capítulos o épocas históricas. La introducción de mejores tecnologías de comunicación como la escritura o la comunicación electrónica cambian la sociedad en tal grado que puede considerarse que una nueva civilización ha comenzado. No hay fin de la historia (si no es catastrófico) sino un continuo proceso de innovación tecnológica y desarrollo social que ahora colisiona con un medio ambiente limitado.

El reciente desarrollo de modelos matemáticos de ciclos sociodemográficos seculares ha revivido el interés por la teorías cíclicas de la historia (Dinámica Histórica de Meter Turchin o Introducción a la Macrodinámica social de Andrey Korotayev).

[editar] La idea de progreso en la Ilustración

En la Ilustración la historia comenzó a verse como lineal e irreversible. Las interpretaciones varios estadios de la humanidad de Condorcet o el positivismo de Auguste Comte (ya en el siglo XIX) fueron una de las más importantes concepciones de la historia que confiaban en el progreso social. La Ilustración concibe a la especie humana como perfectible (El Emilio de Jean Jacques Rousseau, 1762). La naturaleza humana puede ser desarrollada indefinidamente mediante una correcta pedagogía. Kant, en Qué es Ilustración (1784), define ésta como la capacidad de pensar por sí mismo sin referirse a autoridades exteriores, sea el poder o la tradición. Paradójicamente, Kant apoya al mismo tiempo el despotismo ilustrado como la manera de conducir a la humanidad a su autonomía. En Idea de un Historia Universal con un Propósito Cosmopolita (1784) presenta de un lado el despotismo ilustrado conduciendo a las naciones a su liberación, con el progreso inscrito en el esquema de la historia, y por otro lado concibe la liberación como alcanzable sólo con un gesto singular (Sapere Aude!, Atrévete a saber). En última instancia la autonomía reside en el valor y la determinación individual para pensar sin ser dirigido por otro.

Tras Kant, Hegel desarrolla una compleja teodicea en la Fenomenología del Espíritu (1807), que basa su concepción de la historia en la dialéctica: lo negativo (la guerra, por ejemplo) se concibe como el motor de la historia. Ésta es un proceso constante de choques dialécticos, en que cada tesis encuentra una antítesis (hecho o idea opuesta). El enfrentamiento de ambos se supera con la síntesis, una conjunción que supera la contradicción entre cada tesis y su antítesis. Karl Marx propone el ejemplo de Napoleón como síntesis que conserva los cambios y supera la contradicción entre Antiguo Régimen (tesis) y Revolución Francesa (antítesis). Hegel pensaba que la razón se proyecta a sí misma en la Historia a través de este esquema dialéctico. Mediante el trabajo, el hombre transforma la naturaleza para reconocerse en ella, la convierte en su hogar. Así la razón espiritualiza la naturaleza. Campos cultivados, carreteras, toda la infraestructura sobre la que desarrollamos nuestra vida es el resultado de esta espiritualización de la naturaleza. Hegel explica el progreso social como resultado del trabajo de la razón en la historia. Esta lectura dialéctica de la historia implica por supuesto contradicción, y por eso la historia se concibe como conflicto. La filosofía siempre llega tarde, es sólo una interpretación que reconoce lo que hay de racional en lo real (y sólo lo racional es real para Hegel). Esta concepción idealista de la filosofía fue desafiada por Marx (Tesis sobre Feuerbach, 1845): "Los filósofos sólo han interpretado el mundo de distintas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo".

[editar] Evolucionismo social

Inspirada en la idea de progreso de la Ilustración, el evolucionismo social se convierte en un concepto popular en el siglo XIX. El positivismo de Auguste Comte, que divide la historia en estadios teológico, metafísico y positivista (abierto éste último por la ciencia moderna), fue una de las más influyentes doctrinas del progreso. La interpretación wigh de la historia, asociada con intelectuales británicos de las eras victoriana y eduardiana, como Henry Maine o Thomas Macaulay, dan un ejemplo de tal influencia, que mira la historia humana como un progreso: desde el salvajismo y la ignorancia; hacia la paz, la prosperidad y la ciencia. Maine describe la dirección del progreso como del estamento al contrato: desde un mundo en el que la futura vida de un niño está predeterminada por las circunstancias de su nacimiento, hacia una de movilidad y oportunidades.

La publicación de El Origen de las Especies de Darwin en 1859 puso en el debate intelectual el concepto de la evolución. Rápidamente fue transplantado de su campo original, la biología, al campo social con las teorías del darwinismo social. Herbet Spencer, que acuñó el término la supervivencia del más apto o Lewis Henry Morgan en Ancient Society (1877) desarrollaron teorías evolucionistas independientemente de los trabajos de Darwin, que fueron más tarde interpretados como darwinismo social. Estas teorías de evolución no lineal del siglo XIX proponían que las sociedades comenzaban en un estado primitivo y gradualmente se convertían en más civilizadas con el tiempo, igualando la cultura y tecnología de la civilización occidental con el progreso.

Ernst Haeckel formuló su teoría de la recapitulación en 1867, que proponía que la ontogenia recapitula la filogenia: la formación embrionaria de cada individuo reproduce la evolución de la especie. Aplicado a la formación de la persona, un niño pasaría por todos los pasos desde la sociedad primitiva hasta la sociedad moderna. Haeckel no apoyaba la teoría darvinista de la selección natural, sino más bien la lamarckista de la herencia de los caracteres adquiridos..

Para otros, el progreso no es necesariamente positivo. Arthur Gobineau (Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, 1853-1855) hace una decadente descripción de la evolución de la raza aria, que estaría desapareciendo por degeneración. La obra de Gobineau tuvo una gran popularidad en el autodenominado racismo científico.

Tras la Primera Guerra Mundial, incluso antes de recibir las duras críticas de Herber Butterfield, la interpretación wigh de la historia se había quedado obsoleta. Paul Valéry decía Nosotras, las civilizaciones, nos sabemos ya mortales. No obstante, la idea de progreso no desaparece completamente: a finales del siglo XX Francis Fukuyama propuso una noción similiar (El final de la Historia, 1992), concibiendo la democracia liberal como el fin de la historia, basándose en una lectura kojeviana de la Fenomenología del Espíritu de Hegel. Influyente al tiempo de su publicación, tras la caída de los regímenes comunistas, los conflictos internacionales posteriores, entre los que destaca sobre todo el que se produce entre las culturas islámica y occidental han puesto quizá más de moda la visión del Choque de Civilizaciones de Samuel Huntington.

[editar] La validez del héroe en los estudios históricos

Tras Hegel, que insistió en el papel de los grandes hombres en la historia, con su famoso comentario sobre Napoleón (vi al Espíritu sobre su caballo), Thomas Caryle argumentó que la historia era la biografía de unos pocos individuos centrales, los héroes, como Oliver Cromwell o Federico el Grande (La historia del mundo no es sino la biografía de los grandes hombres). Sus héroes son figuras políticas y militares, los fundadores o líderes de los estados. Su historia de los grandes hombres, genios del bien o del mal, tiende a organizar el cambio como la llegada de la grandeza. A finales del siglo XX ya ha quedado muy desprestigiada la posición de Carlyle, y pocos se atreverían a defenderla. La mayor parte de los filósofos de la historia proponen que las fuerzas motrices de la historia se pueden describir sólo con una lente de mayor aumento que la usada para los retratos. No obstante, la teoría de los Grandes Hombres se hizo popular con los historiadores profesionales del siglo XIX, siendo buen ejemplo la Encyclopedia Britannica en su undécima edición (1911, muy usada en wikipedia por haber caducado su copyright), que contiene detalladas biografías de los grandes hombres de la historia. Por ejemplo, para informarse sobre el Periodo de las Migraciones, basta con leer la biografía de Atila el Huno.

Tras la concepción marxista del materialismo histórico basado en la lucha de clases, que pone atención por primera vez en la importancia de los factores sociales, como la economía, en la historia, Herbert Spencer escribió: Se debe admitir la génesis del gran hombre depende de la larga serie de complejas influencias que ha producido la raza en la que aparece y el estado social en que esta raza ha ido formando lentamente... Antes de aquél pueda rehacer su sociedad, esta sociedad debe hacerse a sí misma.

La Escuela de Annales, fundada por Lucien Febvre y Marc Bloch, fue uno de los pasos fundamentales en el abandono de la historia centrada en los sujetos individuales para concentrarse en la geografía, economía, demografía y otras fuerzas sociales. La obra de Fernand Braudel sobre el Mediterráneo entendido como el verdadero héroe de la historia, la historia del clima de Le Roy Ladurie, etc, estarían inspirados por esta escuela.

[editar] ¿Tiene la historia un sentido teleológico?

La teodicea reclama para la historia una dirección que conduce a un final escatológico, dado por un poder superior. No obstante su sentido teleológico trascendental puede verse como inmanente a la misma historia humana. Puede decirse que Marx, como Auguste Comte, posee una concepción teleológica inmanente de la historia; aunque Althusser ha argumentado que la discontinuidad es un elemento esencial del materialismo dialéctico de Marx, lo que incluye al materialismo histórico. Pensadores como Nietzsche, Foucault, Deleuze o el propio Althusser, niegan cualquier sentido teleológico a la historia, caracterizando a ésta mejor a través de la discontinuidad, la ruptura y la variedad de escalas en el tiempo histórico, como ha demostrado la Escuela de Annales, particularmente Fernand Braudel. La historia puede ser definida como la ciencia del cambio en el tiempo.

Las escuelas de pensamiento influenciadads por Hegel y Marx ven la historia como progresiva, aunque ven el progreso como la manifestación de una dialéctica, en la que factores que operan en direcciones opuestas se sintetizan a través del tiempo. De esta forma, la historia puede verse mejor como dirigida por un Zeitgeist, cuyas huellas pueden verse al mirar al pasado. Hegel creía que la historia empujaba al hombre hacia la civilización, y algunos le atribuyen la creencia de que el Estado prusiano encarnaba el Final de la Historia. En sus Lecciones sobre Filosofía de la Historia, explica que la filosofía de cada época de algún modo es la filosofía del Todo; no es una subdivisión del Todo pero sí este Todo aprehendido en sí mismo de un modo específico (sic).

Marx adaptó la dialéctica de Hegel para desarrollar el materialismo dialéctico. Vio cómo la lucha de tesis y antítesis y sus síntesis resultantes tenían siempre lugar en el terreno material y económico. La aportación central del materialismo histórico es que la historia muestra progreso, no de forma lineal sino acumulativa, y que la causa de ese progreso es la lucha por la posesión y control de los medios de producción. Las ideas e instituciones políticas serían el resultado de la producción material y las condiciones de la distribución y el consumo. Para Marx, la continua batalla entre fuerzas opuestas dentro de los modos de producción conduce inevitablemente a cambios revolucionarios, y a la larga al comunismo, que sería la recreación final de un estado literalmente pre-histórico. Tanto Hegel como Marx son teleológicos en su concepción de la historia: ambos creen que la historia es progresiva y dirigida a un fin particular. La historia de los medios de producción, por tanto, es la estructura de la historia, y cualquier otra cosa, incluyendo la discusión ideológica sobre la historia misma, constituye la superestructura.

[editar] ¿Es siempre el vencedor el que escribe la historia?

De acuerdo con el discurso político histórico de la lucha racial analizada por Michel Foucault en su curso de 1976-1977 La Sociedad debe ser Defendida, se suele argumentar que los vencedores de una lucha social (el conflicto puede basarse en cualquier elemento social: lucha racial, nacional o de clases) usa su predominio político para suprimir la versión de los hechos históricos de sus derrotados adversarios a favor de su propia propaganda, lo que puede llevar incluso al revisionismo histórico. Walter Benjamin también consideraba que los historiadores marxistas debían tomar un punto de vista radicalmente diferente del punto de vista idealista y burgués, en un intento de crear una especie de historia desde abajo, que sería capaz de concebir una concepción alternativa de la historia, no basada, como en la historiografía clásica, en el discurso filosófico y jurídico de la soberanía.

Un ejemplo clásico de la historia escrita por los vencedores es la información que nos ha llegado de los cartagineses. Los historiadores romanos atribuyen a sus seculares enemigos crueldades sin cuento, incluyendo sacrificios humanos, que no podemos contrastar con la otra versión de la historia.

De modo similar, sólo tenemos la versión cristiana de cómo el cristianismo llegó a ser la religión dominante de Europa, pero no la versión pagana. Tenemos la versión europea de la conquista de América, pero no la de los nativos. Herodoto cuenta la versión griega de las guerras médicas, pero no ha llegado hasta nosotros la persa.

Un posible contraejemplo es la Guerra de Secesión, de la que los perdedores sudistas han publicado más información que los vencedores, hasta dominar la percepción nacional de la historia (los generales confederados Lee y Jackson son tenidos por superiores a sus adversarios, y películas como Lo que el viento se llevó o El nacimiento de una nación han fijado visual y sentimentalmente el punto de vista del Sur en el imaginario colectivo).

[editar] Análisis de Foucault del discurso político e histórico

[editar] Historia y educación

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