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Émile Michel Cioran - Wikipedia, la enciclopedia libre

Émile Michel Cioran

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Émile Michel Cioran (Răşinari —Städterdorf en alemán, Resinár en húngaro—, Sibiu, Rumanía, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, 8 de abril de 1911 - París, 20 de junio de 1995) fue un escritor y filósofo de origen rumano. La mayor parte de sus obras se publicaron en lengua francesa.

Tabla de contenidos

[editar] Biografía

Cioran fue hijo de un sacerdote ortodoxo. Asistió a la Universidad de Bucarest, donde en 1928 conoció a Eugène Ionesco y a Mircea Eliade. Formó parte de la Guardia de Hierro, organización fascista, hasta los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, expresaría su pesar y arrepentimiento por su colaboración. Esta época podría haber marcado fuertemente el pesimismo que caracteriza sus obras, según algunos críticos.

Otro hecho que le pudo haber marcado es que en 1935 su madre le dijo que si hubiera sabido que iba a ser tan infeliz hubiera abortado. "Soy sólo un accidente. ¿Por qué debo tomarme en serio?"

De todas formas, el pesimismo de Cioran es más complejo. Es un sentimiento presente en aquellos que observan el abismo y tienen que seguir existiendo con el trágico conocimiento que han descubierto. Por ello no es fácilmente explicable por estos hechos simples.

En 1937 continuaba sus estudios en el Instituto Francés en París, donde vivió la mayor parte del resto de su vida. "No tengo nacionalidad, el mejor status posible para un intelectual".

Sus primeros trabajos se publicaron en rumano, pero posteriormente escribiría exclusivamente en francés. Su estilo se basa en afirmaciones cortas y aforismos, fuertemente influenciados por el nihilismo de Nietzsche y el pesimismo de Schopenhauer o Philipp Mainländer.

William H. Gass definió el trabajo de Cioran como "un romance filosófico en temas modernos como la alienación, el absurdo, el aburrimiento, la futilidad, la decadencia, la tiranía de la historia, la vulgaridad del cambio, la conciencia como agonía, la razón como enfermedad".

Definido en ocasiones como un "filósofo sin sistema", aunque sus planteamientos entran dentro de la llamada filosofía del absurdo, sus obras fueron ampliamente criticadas. Su respuesta era de confrontación respecto a los filósofos preocupados por crear un sistema lo suficientemente complejo y estable para que no pudiera ser derribado. Ante esto, Cioran se adentra en la contradicción como forma de pensamiento, siendo sus afirmaciones contradictorias incluso en el mismo texto. Afirma la falsedad de toda doctrina filosófica, basándose en la incapacidad humana de crear ideas libres.

Sentía una fuerte frustración por el hecho de existir, lo cual le llevaba a un fuerte enfrentamiento consigo mismo: "La gente me produce asco, tengo asco hasta de mí mismo. Deseo una destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya que no soy especial ni mejor que ellos".

En sus escritos remarcó su especial predilección por dos pueblos, el ruso y el español, en su virtud de "pueblos derrotados".

En España marcó profundamente a Fernando Savater; éste último escribió un ensayo (Ensayo sobre Cioran, Espasa-Calpe, 1992) sobre él, tradujo y prologó algunas de sus obras.

Cioran encontraba especialmente sugerente el suicidio como forma de vida. Consideraba la muerte como la única existencia real, siendo la vida, a la que llamaría la "gran desconocida", fuente de todo dolor por la imposibilidad de asegurar la existencia. A pesar de asegurar que sentía envidia ante la crucifixión de Cristo, murió por causas naturales a avanzada edad.

Se le relaciona comúnmente con otros autores rumanos como Tristan Tzara.

[editar] Pensamiento

Cioran no es un escritor, ni siquiera es filósofo. Al menos esto es lo que piensa él de sí mismo, desafiando a cualquiera que opine lo contrario. Esta afirmación puede darnos una idea aproximada de lo que nos encontramos cuando leemos una obra de este pensador rumano: contradicción. Una contradicción que se fundamenta en un pesimismo muy complejo que le hace odiar y amar cosas al mismo tiempo. Pero esto no debe llevarnos a pensar que estamos ante los escritos de un loco que desvaría, sino más bien de un genio que nunca pretendió dar respuestas a nada, sino precisamente hacer cuestiones de todo. Para él lo importante no está en dar soluciones (nadie puede darlas realmente) sino en hacer que sus dudas sean interrogantes para nosotros también.

El desgarro de su obra proviene tal vez de la gran pérdida de su infancia. Criado desde su nacimiento en Rasinari (1911), pueblo olvidado de las profundidades de Transilvania, Cioran vive con horror el traslado a Bucarest para asistir al Liceo. Separado tan tempranamente de lo que él consideraba un “paraíso”, perdería para siempre la alegría de vivir, pues fueron estos sus únicos años felices. A pesar de lo que muchos creen, nunca formó parte de la Guardia de Hierro, y dedicó los días de sus primeros cuarenta años a leer y a estar casi inútilmente matriculado en la Sorbona (gracias a una beca no conseguida por una tesis que nunca llegó a escribir, sino por dedicar varios años a recorrer Francia en bicicleta).

Pero el exilio no marca su obra, ni siquiera su vida. Aunque recuerda su pueblo natal con vivas imágenes casi como recientes, y siente gran apego por la cultura búlgara y por los pueblos del Este en general, no se siente perteneciente a ninguna patria. Tal es este desapego, que decide cambiar su lengua madre por el francés. Incluso cuando Stalin murió y Rumanía se vio libre de la ocupación soviética, su único sentimiento fue el de pesadumbre: seguramente entonces, todos sus familiares irían a verle y a molestarle. Desde que vive solo en Francia su única ocupación ha sido precisamente no hacer nada.

Lee vorazmente, la única ocupación que le satisface. Y aunque lee a casi todos y sobre casi todo, prefiere releer las grandes obras (como a Dostoievski o Proust), ya que ésa es la única manera de conocer verdaderamente lo que el autor nos quiere transmitir. Estuvo marcado intensamente en su juventud por la lectura de autores como León Chestov, Georg Simmel, Dilthey, Kierkegaard... En definitiva, lo que siempre ha suscitado interés en él es la filosofía-confesión, los “casos”, aquellos autores de quienes se puede decir que son “casos” casi en el sentido clínico de la expresión. Todos aquellos que van a la catástrofe y que pueden situarse también más allá de ella (no puede admirar más que a aquel que ha estado a punto de derrumbarse). Por eso no está marcado por aquellos escritores que han sido simplemente una experiencia intelectual, como Husserl, Heidegger o Sartre, del cual incluso ha escrito varios textos contra su obra. Pero sobre todo se interesa por los ensayos y biografías, independientemente del autor. No existe para él nada más gratificante que escuchar durante horas a personas desconocidas que le relaten capítulos insignificantes de su vida.

Pero Cioran también escribe, no ambicionando un trabajo remunerado, sino como necesidad vital: escribir es la única forma que encuentra de hacer la vida un poco más soportable. Al trasladar sus inquietudes al papel consigue desprenderse de esos problemas que le amargan, y ese extrañamiento consigue hacer que las cosas no le afecten. Pero odia escribir, y no sólo eso, sino que publicar lo escrito supone una aberración... aún así es la única forma de vida que concibe, de manera que se convierte en un hombre atado a hábitos que le resultan insoportables.

En su juventud, escribe en Rumano, pero traduciendo a Mallarmé a su lengua madre tuvo una revelación: es absurdo escribir en una lengua que nadie conoce; además, escribir en un idioma desconocido se convierte en una experiencia asombrosa. Al escribir en francés, uno reflexiona sobre lo escrito, piensa acerca de las palabras, lo que éstas quieren decir y por qué precisamente usar esa palabra en concreto y no otra parecida. En Rumania, escribía por escribir apenas sin pensar. Francia le enseñó que la escritura y ¡el comer! son hechos culturales (de pequeño comía como acto mecánico, pero al llegar a París se dio cuenta de que también se puede juzgar el sabor de la comida y opinar sobre ella en amplios debates).

Esta incapacidad para dedicar su tiempo a una actividad seria y productiva, proviene de esa sensación de tedio que ha inundado toda su vida. A pesar de haber vivido intensamente, no ha podido integrarse en la existencia. Podemos pensar que tienen algo que ver las palabras que en cierta ocasión le dijo su madre: “si supiese que ibas a sufrir tanto, habría abortado”. El saber que su existencia fue sólo un accidente, y que su nacimiento debería haber sido evitado hacen que pierda el interés por cualquier cosa, que no encuentre sentido a la vida. Cualquier acción es una “idiotez” en todo su sentido, si al final del camino no queda más que una fría sepultura. Caminar por cierto cementerio fue lo que le llevó a pensar que tanto los hombres lúcidos como los ignorantes llegan a la misma meta y reciben el mismo premio, de manera que vio ratificadas sus inquietudes respecto a emplear la vida para cualquier fin.

Pero es asombrosa, sin embargo, la vitalidad con que plasma sus palabras en los libros, como una extraña alegría que brilla inexplicablemente. De nuevo, otra incongruencia. Resulta raro este efecto que causan las ideas de un hombre que considera el suicidio como una solución bastante razonable pero que a la vez, se considera un auténtico amante de la vida y del yo. Según se mire, la obra de Cioran no tiene porque ser pesimista, lo que verdaderamente es, es violenta. Las hojas que escribe están llenas de fuerza, de pasión, para activar a sus lectores, para en definitiva “hacer despertar”. Sus libros son como látigos que no evocan imágenes de pesimismo, sino que es la violencia de su fuerza la que nos hace darnos cuenta de que realmente estamos vivos.

Esta viveza y esta pesadumbre serán los elementos principales que encontramos en su obra, Ese maldito yo, libro de aforismos publicado en 1987. ¿Por qué escribir en forma de fragmento? Porque, según el propio autor, es un hombre perezoso, y para escribir de forma continuada un texto con sentido, se necesita ser un hombre activo. Considera que es casi un absurdo escribir en forma de aforismo, pero es más fácil (escuchas una frase, creas un pensamiento breve en un momento de inspiración, y lo escribes. Sin más). Desarrollar algo extensamente es una frivolidad. Recomienda el autor que no leamos su libro de un tirón, sino poco a poco, de noche preferiblemente, y sobre todo en momentos de pena o hastío. Porque es en esa situación cuando necesitamos que un simple pensamiento nos libere. Al fin y al cabo, un aforismo es algo discontinuo, un pensamiento instantáneo, que si bien no encierra mucho de verdad, si puede contener algo de futuro. Podemos encontrar un aforismo que afirme un acontecimiento y en la página siguiente otro que niegue eso mismo; y en realidad ninguno vale más que otro, sino que pertenecen a momentos distintos. Cioran no pretende ofrecer verdades absolutas, sino que nos lanza sus aforismos como si fuesen bofetadas.

De esta forma, el libro se articula en torno a cinco capítulos dónde se expresan casi todas las ideas que más inquietan al autor (que son básicamente las mismas a lo largo de toda su obra). Los aforismos no están ordenados según las cinco partes, sino que cada capítulo es una amalgama de muchos temas distintos, y que como acabamos de decir, se contradicen muchas veces entre ellos.

Creo que una de las ideas que prevalece es la de la religión. Fuertemente marcado por una sociedad altamente religiosa (incluido un padre pope), Cioran se considera agnóstico desde su más tierna infancia, aunque se siente bastante cercano a los pensamientos hindú y budista; sobre todo porque son los únicos en entender realmente el concepto de “vacío”, siendo éste es el único que puede eliminar nuestro temor a la muerte. Tampoco quiere ser filósofo, porque le parece que la mayoría de los filósofos observan los acontecimientos desde lejos, y para poder hablar de las cosas ha de implicarse uno, conocerlas desde dentro (Nietzsche y Sartre en ese aspecto eran bastante ingenuos, según él). Se puede tener un mayor conocimiento sobre la vida siendo por ejemplo, barrendero, que dedicándose a los estudios filosóficos (de ahí que aborrezca su encasillamiento como filósofo).

Su pensamiento carece de toda ideología, o al menos así quiere que le entendamos. La ideología es la suma de idea más pasión, y para él, el buen filósofo ha de estar alejado de la pasión (y diferenciarse así del resto de la masa). Su obra no trata de convencer a nadie, ni siquiera de solucionar algún problema concreto: no todos los problemas tienen solución.

Odia fervientemente la Historia: a pesar de confesarse apátrida desde la infancia, queda algo en él de apego a su patria, y más que a Rumanía, a los países del Este en general. ¿Y por qué este odio? Porque los países del Este han estado siempre dominados o invadidos por la Historia, lo que la convierte consecuentemente en algo demoníaco (ya que tanto él como sus compatriotas han sido siempre los objetos de Ella). La Historia es la negación de la moral, es el mayor pesimismo, el mayor cinismo. Es “la obra del diablo”.

Ama la música y la amistad (aunque confiesa que un amigo es el peor ejemplo del que podemos aprender, pero debemos conservarlos) y la idea de suicidio (como idea de no temor a la muerte). Ni siquiera odia al hombre, y aunque muchas veces abogue por su nulidad, lo que cree es que los caminos que el hombre toma son casi siempre equivocados. Su palabra favorita: perecer. Su arma de destrucción masiva: la palabra, que es también la curación de todos los males. “Los charlatanes no frecuentan farmacias”.

Odia trabajar, tomar posicionamiento, tener que explicarse cuando se contradice y conceder entrevistas. No le gusta hacer planes (ya que todos son inútiles), desprecia a la mayoría de la gente (“¡el hombre debe desaparecer!”), y sobre todo a aquellos que son incapaces de apreciar un buen libro o una gran composición musical. Odia la idea de haber tenido que vivir, y declara abiertamente todo lo que le deben en gratitud sus hijos no-natos. Para Cioran, morir es simplemente cambiar de género, pero sin embargo el suicidio no supone ninguna opción para él.

Y precisamente todas estas ideas que sacamos en claro son las que Cioran, unas páginas más adelante, refutará, contradecirá y argumentará en sentido contrario.

Es necesario leer su obra para comprenderle; no basta una simple reseña para interiorizar lo que el autor quiere comunicarnos. Incluso a pesar de que sus aforismos sean contradictorios. Si tuviésemos que definir todo su trabajo en unas pocas líneas, qué mejor que recurrir a uno de sus aforismos:

“Si se me pidiese que resumiera lo más brevemente posible mi visión de las cosas, que la redujese a su mínima expresión, en lugar de palabras escribiría un signo de exclamación, un ! definitivo”.

Cioran es apenas conocido. Puede que España sea el país dónde más atención se le ha prestado, quizá haya sido algo leído en Francia y muy poco en Alemania. Ha escrito (muy a su pesar) pocas obras, la mayor parte de ellas sin unidad de conjunto hasta llegar a los aforismos de Ese maldito yo. No ha creado ninguna ideología, ni su pensamiento ha dado lugar a ningún tipo de movimiento filosófico. No ha dado clases, no ha escrito tesis ni doctorados, no ha firmado manifiestos, ni dado conferencias y no ha sido recordado (ni en vida, ni tras su muerte) más que por un puñado de amigos (Mircea Eliade y Eugène Ionesco fueron algunos de ellos) y algún que otro estudioso que en un momento determinado se interesó por su obra. Sin embargo, fue un hombre que durante su larga vida no dejó de pensar, y sobre todo, que hizo y hace pensar a la gente. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa ha de importar? Que se contradiga, que algunos de sus aforismos carezcan de sentido, o que sólo nos hable de muerte, destrucción y no existencia... todo eso es lo de menos. Una obra, sea del género que sea, para ser considerada como algo grande, magistral, ha de cumplir un solo requisito imprescindible: no ha de dejarnos impasibles, debe movilizarnos, dejarnos inquietos, hacer que seamos alguien distinto a quienes éramos antes de leer, ver o escuchar dicha obra. Y personalmente, creo que Cioran lo consigue. No desea que copiemos o reproduzcamos su pensamiento (ya que no existe en sí mismo). La obra de Cioran arroja luz a la vida, nos hace “ver”.

“Recuerde: mis libros pueden hacer despertar”.

[editar] Algunas obras

  • En las cimas de la desesperación (Pe culmile disperării, 1934) (Tusquets Editores)
  • El libro de las quimeras (Cartea amăgirilor, 1936) (Tusquets Editores)
  • El ocaso del tiempo (Le Crépuscule des pensées, 1940)
  • Breviario de podredumbre (Précis de décomposition, 1949) (Taurus, 1988)
  • La tentación de existir (La tentation d'exister, 1956) (Taurus, 1979)
  • Historia y Utopía (Histoire et Utopie, 1960)
  • La caída en el tiempo (La chute dans le temps, 1966)
  • El aciago demiurgo (Le mauvais demiurge, 1969) (Círculo de Lectores, 1993)
  • Del inconveniente de haber nacido (De l'inconvénient d'être né, 1973)
  • Desgarradura (Écartelèment, 1979)
  • Adiós a la filosofía y otros textos (Alianza Editorial, 1982)
  • Anatemas y admiraciones (Aveux et anathèmes, 1987, y Exercices d'admiration, 1986)
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