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Miguel de Unamuno - Wikipedia, la enciclopedia libre

Miguel de Unamuno

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Imagen:Miguel Unamuno.jpg
Miguel de Unamuno
Para otros usos de este término, véase Unamuno (desambiguación).

Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 29 de septiembre de 1864 - Salamanca, 31 de diciembre de 1936), escritor y filósofo español. Cultivó gran variedad de géneros literarios, como decía Ramón Pérez de Ayala con tal originalidad como si se tratase literalmente de "géneros", que él cortaba y utilizaba a su antojo.

A los diez años, al acabar sus primeros estudios en el colegio de San Nicolás y se disponerse entrar en el instituto, asiste como testigo al asedio de su ciudad durante la Tercera guerra carlista (lo que luego reflejará en su primera novela, "Paz en la guerra")

Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, obteniendo la calificación de Sobresaliente en 1883, a sus diecinueve años. Al año siguiente, se doctora con una tesis sobre la lengua vasca: Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, en la que anticipa sus posturas contrarias a las pretensiones y afirmaciones extravagantes nacionalismo vasco.

El 31 de enero de 1891 se casa con Concha Lizárraga, de la que estaba enamorado desde niño. Pasa los meses invernales dedicado a la preparación de unas oposiciones para una cátedra de Griego en la Universidad de Salamanca, la cual obtiene. Con motivo de estas oposiciones, entabla amistad con el granadino Ángel Ganivet, amistad que se irá intensificando hasta el suicidio de aquél en 1898. En 1901 es nombrado rector de la Universidad de Salamanca.

En 1914 el ministro de Instrucción Pública lo destituye del rectorado por razones políticas, convirtiéndose Unamuno en mártir de la oposición liberal. En 1920 es elegido por sus compañeros decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Es condenado a dieciséis años de prisión por injurias al Rey, pero la sentencia no llegó a cumplirse. En 1921 es nombrado vicerrector. Sus constantes ataques al Rey y al dictador Primo de Rivera hacen que éste lo destituya nuevamente y lo destierre a Fuerteventura en febrero de 1924. El 9 de julio es indultado, pero él se destierra voluntariamente a Francia; primero a París y, al poco tiempo, a Hendaya, en el país vasco-francés, hasta el año 1930, año en el que cae el régimen de Primo de Rivera. A su vuelta a Salamanca, entró en la ciudad con un recibimiento apoteósico.

La República instaurada el 14 de abril de 1931, le repone en el cargo de Rector de la Universidad salmatina. Se presenta a las elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la conjunción republicana. En 1933 decide no presentarse a la reelección. Al año siguiente se jubila de su actividad docente y es nombrado Rector vitalicio, a título honorífico, de la Universidad de Salamanca; asimismo dicha Universidad crea la Cátedra "Miguel de Unamuno". En 1935 es nombrado ciudadano de honor de la República.

Al iniciarse la guerra civil, apoya durante un breve periodo de tiempo a los rebeldes y firma un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los nacionales. Azaña lo destituye, pero el gobierno de Burgos le repone de nuevo en el cargo. Sin embargo, en el acto de apertura del curso, el 12 de octubre de 1936, Unamuno, en su discurso inaugural, critica duramente la rebelión, sentenciando al final: "Venceréis, pero no convenceréis". Le contesta brutalmente el general José Millán-Astray (el cual sentía una profunda enemistad por Unamuno, que le había acusado inopinadamente de corrupción), gritando "A mí la Legión", "viva la Muerte" (lema de la Legión) y "abajo la inteligencia"; Unamuno contesta "viva la vida" (casi un insulto a la Legión). El general se levanta indignado, y José María Pemán trata de aclarar: "¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!". La esposa de Franco, Carmen Polo, toma del brazo a don Miguel y le acompaña a su casa, rodeados de su guardia personal. Al día siguiente, Unamuno es destituido de nuevo, sin que su apoyo a la causa nacional parezca vacilar por ello.

Los últimos días de vida (de octubre a diciembre de 1936) los pasó bajo arresto domiciliario en su casa, a la que iba a visitarle entre otros un viejo "oponente" político y algunos falangistas. En entrevista a Jérôme Tharaud afirmaba:

Tan pronto como se produjo el movimiento salvador que acaudilla el general Franco, me he unido a él diciendo que lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional (...) En tanto me iban horrorizando los caracteres que tomaba esta tremenda guerra civil sin cuartel debida a una verdadera enfermedad mental colectiva, a una epidemia de locura con cierto substrato patológico-corporal. Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción y he de ahorrarme retórica barata (...) Y la natural reacción a esto toma también muchas veces, desgraciadamente, caracteres frenopáticos. Es el régimen del terror. España está espantada de si misma (...) Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir la presión del salvajismo apelado marxista, debemos tener la esperanza de que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror. En un principio se dijo, con muy buen sentido, que ya que el movimiento no era una cuartelada o militarada, sino algo profundamente popular, todos los partidos nacionales antimarxistas depondrían sus diferencias para unirse bajo la única dirección militar, sin prefigurar el régimen que habría de seguir a la victoria definitiva (...) Que no es camino el que se pretenda formar sindicatos nacionales compulsivos, por fuerza y por amenaza, obligando por el terror a que se alisten en ellos, ni a los convencidos ni convertidos. Tiste cosa sería que el bárbaro, anti-civil e inhumano régimen bolchevístico se quisiera sustituir con un bárbaro, anti-civil e inhumano régimen de servidumbre totalitaria. Ni lo uno ni lo otro, que en el fondo son lo mismo.

A los pocos días, el 2 de noviembre, dice al periodista Nikos Kazantzakis:

En este momento crítico del dolor de España, sé que tengo que seguir a los soldados. Son los únicos que nos devolverán el orden. Saben lo que significa la disciplina y saben como imponerla. No, no me he convertido en un derechista. No haga usted caso de lo que dice la gente. No he traicionado la causa de la libertad. Pero es que, por ahora, es totalmente esencial que el orden sea restaurado. Pero cualquier día me levantaré -pronto- y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario.

Fue enterrado en el cementerio de Salamanca y su féretro fue portado por algunos falangistas. Cuando su ataúd descansó en el suelo pronunciaron, brazo en alto, la famosa frase: "Camarada Miguel de Unamuno, ¡PRESENTE!". Ello no quiere decir que Unamuno fuese simpatizante de FE de las J.O.N.S mas sí que solía dialogar con su fundador, José Antonio Primo de Rivera, del que decía: “Le he seguido con atención y puedo asegurarle que se trata de un cerebro privilegiado. Tal vez, el más prometedor de la Europa contemporánea” [cita requerida].

Plaza de Unamuno, en su barrio natal, durante el homenaje anual que le rinde el Ayuntamiento de Bilbao
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Plaza de Unamuno, en su barrio natal, durante el homenaje anual que le rinde el Ayuntamiento de Bilbao
  • Teresa (1924) es un cuadro narrativo que contiene rimas becquerianas, logrando en idea y en realidad la recreación de la amada.
  • Cómo se hace una novela (1927) es la autopsia de la novela unamuniana.
  • En 1930, Unamuno escribe sus últimas novelas: San Manuel Bueno, mártir y Don Sandalio, jugador de ajedrez.


. == La influencia de algunos filósofos como Adolf von Harnack provocó el rechazo de Unamuno por el racionalismo. Tal abandono queda de manifiesto en su obra San Manuel Bueno, mártir, donde la metáfora de la nieve cayendo sobre el lago ilustra su postura en favor de la fe —la montaña sobre la cual la nieve crea formas, paisajes, frente al lago, donde ésta se disuelve y se transforma en nada—.

Destacan sus meditaciones sobre el sentido de la vida humana, en el cual lo más importante es la idea de la inmortalidad. Para él la muerte es algo definitivo, la vida acaba. Sin embargo, pensaba que la creencia de que nuestra mente sobrevive a la muerte es necesaria para poder vivir.


UNAMUNO: LA CONTRADICCIÓN EL VERDADERO MODO DE PENSAR Y SENTIR DEL HOMBRE EXISTENCIAL

En continuidad con lo que se ha venido desarrollando sobre la obra de Unamuno, hoy nos compete adentrarnos en los capítulos 5, 6 y 7 (la disolución racional; en el fondo del abismo; y el amor, dolor, compasión y personalidad). Unamuno con su obra ha combatido sobre todo al cientificismo y al racionalismo porque ellos han adquirido en cierto momento un aire de triunfo un peso que hubiera aplastado al hombre. El cientificismo y racionalismo son uno de los caminos que conduce al suicidio, la actitud adoptada por quienes, en su afán de Teología, “esto es, de abogacía”, o en su invencible odio anti-teológico, no advierte en la contradicción el verdadero modo de pensar y el sentir del hombre existencial.

El fundamento de la creencia en la inmortalidad no se encuentra en ninguna construcción silogística ni en ninguna introducción científica: se encuentra simplemente en la esperanza, esta esperanza surge del interés de Unamuno por la muerte y el más allá. Para Unamuno la Naturaleza no obra en balde: si en el hombre existen deseos de eternidad, tales deseos tienen que tener respuesta. El hombre necesita que exista un Dios que garantice su perdurabilidad más allá de la muerte Pero la inmortalidad no consiste a su vez para Unamuno en una pálida y desteñida supervivencia de las almas. Vinculándose a la concepción Católica, que enuncia la Resurrección de los cuerpos, Unamuno espera y proclama la inmortalidad de cuerpo y alma, y precisamente del propio cuerpo del que se conoce y sufre en la vida cotidiana.

No se trata por lo tanto de una justificación ética del paso del hombre sobre la tierra, sino simplemente de que la muerte no sea la definitiva aniquilación del cuerpo y del alma: pues no hay manea alguna de probar racionalmente la inmortalidad del alma, hay en cambio modos de probar racionalmente su mortalidad.

El gran maestro del fenomenalismo racionalista, David Hume, empieza su ensayo Sobre la inmortalidad del alma con estas definitivas palabras: «Parece difícil probar con la mera luz de la razón la inmortalidad del alma. Los argumentos en favor de ella se derivan comúnmente de tópicos metafísicos, morales o físicos. Pero es en realidad el Evangelio, y sólo el Evangelio, el que ha traído a la luz la vida y la inmortalidad.» Lo que equivale a negar la racionalidad de la creencia de que sea inmortal el alma de cada uno de nosotros.

Mas a pesar de todo ello, queda en pie la afirmación escéptica de Hume, y no hay manera alguna de probar racionalmente la inmortalidad del alma.

Hay, en cambio, modos de probar racionalmente su mortalidad. Y así como antes de nacer no fuimos ni tenemos recuerdo alguno personal de entonces, así después de morir no seremos. Esto es lo racional.

Lo que llamamos alma no es nada más que un término para designar la conciencia individual en su integridad y su persistencia; y que ella cambia, y que lo mismo que se integra se desintegra, es cosa evidente. Para Aristóteles era la forma sustancial del cuerpo, la entelequia (acto final), pero no una sustancia. Y más de un moderno la ha llamado un epifenómeno, término absurdo. Basta llamarlo fenómeno.

Según Unamuno todo sistema monístico se nos aparece siempre materialista. Sólo salvan la inmortalidad del alma los sistemas dualistas, los que enseñan que la conciencia humana es algo sustancialmente distinta y diferente de las demás manifestaciones fenoménicas. Y la razón es naturalmente monista. Porque es obra de la razón comprender y explicar el universo, y para comprenderlo y explicarlo, para nada hace falta el alma como sustancia imperecedera.

Para W. James la doctrina pretendida racional de la sustancialidad del alma y de su espiritualidad nacen de la necesidad de apoyar en razón la inmortalidad de la creencia de esta. El concepto de sustancialidad del alma nace y se afirma esta para apoyar la fe en su persistencia después de separada del cuerpo; pues la sustancia aparece en la Eucaristía como un gran valor pragmático concepto aplicado a la doctrina de la transustanciación eucarística, accidente de la ostia que no cambia en la consagración y sin embargo se convierte en el cuerpo de Cristo. El cambio no pude ser mas que el de la sustancia. La sustancia del pan tiene que haberse sustituido milagrosamente sin alterar las propiedades sensibles inmediatas.

En Unamuno tampoco se puede hablar del alma como sustancia simple y separable del cuerpo o ya que se empezaría con la siguiente fórmula: “hay en mí un principio que piensa, quiere y siente... lo cual implica una petición de principio (Error de razonamiento consistente en tomar como punto de partida lo que se ha de demostrar, volviéndose así al punto inicial sin haberse llegado al final). Porque no es una verdad inmediata, ni mucho menos, el que hay en mí tal principio.; la verdad inmediata es que pienso, quiero y siento yo.”

Tampoco es válido hablar del alma como principio de vida, pues también se ha ideado la categoría de fuerza o de energía como principio del movimiento. Pero eso son conceptos, no fenómenos, no realidades externas. El principio del movimiento ¿se mueve? Y solo tiene realidad externa en lo que se mueve; pues lo mismo ocurre con el principio de la vida ¿vive? Pues solo tiene realidad en lo que vive.

Por cualquier lado que la cosa se mire, siempre resulta que la razón se pone en frente de ese nuestro anhelo de inmortalidad, contradiciéndola pues es que el rigor de la razón es enemiga de la vida. La lógica tira a reducirlo todo a identidades y a géneros, a que no tenga cada representación mas que un solo y mismo contenido en cualquier lugar, tiempo o relación en que se nos ocurra.

En conclusión Unamuno contrapone ciencia y religión, pues afirma que la ciencia satisface en una medida creciente nuestras crecientes necesidades lógicas o mentales, nuestro anhelo de saber y de conocer la verdad; pero la ciencia no satisface nuestras necesidades afectivas y volitivas, nuestra hambre de inmortalidad. Pues lejos de satisfacerla la contradice, además la verdad racional y la vida están en contra posición.

Ni el sentimiento logra ser del consuelo verdad, ni la razón logra ser de la verdad consuelo; pero esta segunda, la razón, procediendo sobre la verdad misma sobre el concepto de realidad nos hace caer en un escepticismo y este a su vez un una desesperación sentimental. Porque para Unamuno hay una paradoja entre el vivir y el conocer, ya que todo lo vital es antirracional, no ya sólo irracional, y todo lo racional, antivital. La vida en sí es una paradoja, y la persona se contradice a sí mismo, además Unamuno explica que tanto el sentimiento como la razón definen al individuo y que el problema de la filosofía es el de conciliar las necesidades intelectuales con las necesidades afectivas y con las volitivas.

El escepticismo, la incertidumbre, última posición a la que llega la razón después de ejercer su análisis sobre sí misma, sobre su propia validez, es el fundamento sobre la que la desesperación del sentimiento vital ha de fundar su esperanza. Tal vez una razón degenerada y cobarde llegue a proponer tal fórmula de arreglo, porque en rigor la razón vive de fórmulas; pero la vida, que es informulable, que vive y quiere vivir siempre, no acepta fórmulas.

Unamuno concibe racionalmente carente de sentido el plantear la inmortalidad del alma, pero también es inconcebible su absoluta mortalidad. Pues la fe en la inmortalidad es irracional. Y, sin embargo, vida y razón se necesitan mutuamente. Ese anhelo vital no es propiamente problema, no puede tomar estado lógico, no puede formularse en proposiciones racionalmente discutibles. Pero si se plantea como una necesidad vital.

Razón y fe son dos enemigos que no pueden sostenerse el uno sin el otro. Lo irracional pide ser racionalizado, y la razón solo pude operar sobre lo irracional. Tienen que apoyarse el uno en el otro y asociarse. La razón a su vez no puede sostenerse sino sobre fe, sobre vida, siquiera fe en la razón, fe en que esta sirve para algo más que para conocer, sirve para vivir. Y sin embargo, ni la fe es transmisible o racional, ni la razón es vital. No se quiere nada que no se haya conocido antes o deberíamos decir mejor que no se conoce nada que no se haya antes querido; ya vemos que creer es en primera instancia querer creer.

Así mismo en este problema de creer es querer creer Unamuno nos adentra en otra dualidad el de la voluntad y la inteligencia las cuales buscan cosas opuestas una de ellas pretende que nosotros absorbamos el mundo y la otra a que el mundo nos absorba. La inteligencia es monista o panteísta, la voluntad es monoteísta o egoísta; pues una no necesita algo fuera de ella en que se ejerce; se funde en las ideas mismas, mientras la otra necesita de materia. Además de explicar voluntad e inteligencia Unamuno trae esta ejemplo para decirnos que filosofía y religión son enemigas entre sí, y por ser enemigas se necesitan una a otra. Pues no hay religión sin ninguna base filosófica, ni filosofía sin raíces religiosas; cada una vive de su contrario.

La colisión que ocurre entre ciencia natural y la religión cristiana no lo es, en realidad, sino entre el instinto de la religión natural, sumergida en la observación natural científica, y en el valor de la concepción cristiana del universo, que asegura al espíritu su presencia en todo el mundo natural.

Así pues creer en la inmortalidad del alma es querer que el alma sea inmortal, pero quererlo con tanta fuerza que esta creencia, atropellando a la razón pase sobre ella sin represalia. Así pues la vida busca el flaco de la razón y lo encuentra en el escepticismo el cual nos lleva a dudar de una existencia vital, a negar que mi conciencia sobreviva a mi muerte. El escepticismo vital viene del choque entre la razón y el deseo del cual nace la incertidumbre que es nuestro consuelo (la lucha en penetrar el misterio de la muerte y de la existencia misma del cual brota la esperanza.); pues así la fe es una fe a base de incertidumbre pues se pide que sea socorrida nuestra incertidumbre y nuestra duda pues necesitamos ese consuelo sobre lo que puede pasar.

En busca de este consuelo en lo que ha de venir Unamuno nos presenta el amor como consuelo el desconsuelo y como medicina contra la muerte. Puesto que los hombre solo se aman con amor espiritual cuando han sufrido juntos un mismo dolor pues solo nos amamos cuando hemos tenido un dolor común, porque el que ama compadece y quien compadece ama pues en esta medida el amor es consuelo en cuanto el hombre enciende en ardiente caridad hacia su prójimo (entendida como respuesta a una lucha y una tragedia de dos individuos que se necesitan mutuamente.), llagando así al fondo de su propia miseria, su propia apariencia, su propia nadería, y volviendo luego sus ojos hacia sí mismo y hacia sus semejantes los vieron también miserables, aparenciales y anonadables, y se compadecieron y se amaron; porque el hombre asía ser amado, ansía ser compadecido. El hombre quiera que se sientan y se compartan sus penas y sus dolores en cuanto que el amor compadece y se compadece cuanto mas ama.

El amor personaliza cuanto ama. Sólo cabe enamorarse de una idea personalizándola. Y cuando el amor es tan grande y tan vivo y tan fuerte y desbordante que lo ama todo, entonces lo personaliza todo y descubre que el total Todo, que el Universo es Persona también, que tiene una Conciencia, Conciencia que a su vez sufre, compadece y ama, es decir, es conciencia. Y a esta Conciencia del Universo, que el amor descubre personalizando cuanto ama, es a lo que llamamos Dios. Y así el alma compadece a Dios y se siente por Él compadecida, le ama y se siente por Él amada, abrigando su miseria en el seno de la miseria eterna e infinita, que es al eternizarse e infinitarse la felicidad suprema misma.

Dios es, pues, la personalización del Todo, es la Conciencia eterna e infinita del Universo, Conciencia presa de la materia y luchando por libertarse de ella. Personalizamos al Todo para salvarnos de la nada, y el único misterio verdaderamente misterioso es el misterio del dolor.

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BIBLIOGRAFIA:



• UNAMUNO Miguel de. DEL SENTIDO TRÁGICO DE LA VIDA. Editorial. Espasa-calpe, S. A. Madrid 1982. • UNAMUNO Miguel de. Ensayo “MI RELIGIÓN “. Salamanca 6 de noviembre de 1907. • UNAMUNO Miguel de. ABEL SÁNCHEZ. Editorial. Espasa-calpe, S. A. Madrid 1967. • www.lamaquinadeltiempo.com.

Tabla de contenidos

[editar] Poesía

Para Unamuno el arte era un medio de expresar las inquietudes del espíritu. Por ello, en la poesía y en la novela trata los mismos temas que había desarrollado en los ensayos: su angustia espiritual y el dolor que provoca el silencio de Dios, el tiempo y la muerte.

Siempre se sintió atraído por los metros tradicionales y, si bien en sus primeras composiciones procura eliminar la rima, más tarde recurre a ella. Entre sus obras poéticas destacan: Poesías (1907), Rosario de sonetos líricos (1911), El Cristo de Velázquez (1920), Andanzas y visiones españolas (1922), Rimas de dentro (1923), Teresa. Rimas de un poeta desconocido (1924), De Fuerteventura a París (1925), Romancero del destierro (1928) y Cancionero (1953).

Ya desde su primer libro, Poesías (1907), se perfilan los temas que van a dominar en la poética unamuniana: el conflicto religioso, la patria y la vida doméstica.

Dedicó a la ciudad estas bellas palabras: "Salamanca, Salamanca, renaciente maravilla, académica palanca de mi visión de Castilla".


[editar] Véase también

[editar] Bibliografía General

  • Vida de don Miguel, Emilio Salcedo. Editorial Anaya, Salamanca, 1964: Con importantes aportaciones de testigos presenciales de los hechos.
  • Julián Marías: Miguel de Unamuno, Espasa Calpe, Madrid 1943, 220 págs. Recogido, posteriormente, en Obras, Editorial Revista de Occidente, Madrid, 1960. Vol. V


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