Ley de Say
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En economía, la Ley de Say es un principio atribuido a Jean-Baptiste Say que indica que no puede haber demanda sin oferta. Un elemento central de la Ley de Say es que la recesión no ocurre por un fallo en la demanda o por carencia de dinero. Cuantos más bienes (para los que hay demanda) se produzcan, más bienes existirán (oferta) que constituirán una demanda para otros bienes. Por esta razón, la prosperidad debe ser aumentada estimulando la producción, no el consumo. En la opinión de Say, la creación de más dinero da lugar simplemente a la inflación; más dinero demandando los mismos bienes no implica un incremento real en la demanda.
La ley de Say también es conocida como la ley de los mercados. En esta propone que existe una demanda real en la producción de bienes que es suficiente para comprar todos los bienes que se ofrecen. Es decir hay una continuidad en el gasto. Entonces, el precio de cada producto genera unos ingresos o beneficios suficientes para comprar otro producto pero nunca se puede dar una insuficiencia de la demanda puesto que aunque las personas ahorren deberán invertir es dinero más adelante, incluso en el caso en que guarden su dinero, la situación no se dañará sino que los precios bajarán y se adaptarán al menor flujo de ingresos.
En otras palabras, la ley de Say se resume en que la oferta crea su propia demanda, y en parte su fin era explicar la posibilidad de una situación de sobreproducción y desempleo de recursos productivos. Adam Smith plantea esto pensando que por el simple hecho de sacar un producto al mercado este ya tenía su venta garantizada, pero no se debe ver esto como si el productor entonces ignorara lo que quiere el consumidor sino de que “los recursos productivos no permanecerán indefinidamente ociosos por falta de demanda agregada”. Estos fueron los primeros esbozos de solución al problema del equilibrio económico.
Expresado en palabras del mismo Say “[...] Un producto terminado ofrece, desde ese preciso instante, un mercado a otros productos por todo el monto de su valor. En efecto, cuando un productor termina un producto, su mayor deseo es venderlo, para que el valor de dicho producto no permanezca improductivo en sus manos. Pero no está menos apresurado por deshacerse del dinero que le provee su venta, para que el valor del dinero tampoco quede improductivo. Ahora bien, no podemos deshacernos del dinero más que motivados por el deseo de comprar un producto cualquiera. Vemos entonces que el simple hecho de la formación de un producto abre, desde ese preciso instante, un mercado a otros productos.”